IX. Enzo

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Afuera, los niños juegan, sus risas se filtran distantes, ajenos a la tragedia que se ha desplegado en esta habitación. ¿Habrán sido amigos suyos? Seguro podrá recordarlos dentro de unas horas, cuando la sangre en su frente se seque y su mente recupere lucidez.

El suelo aspero resulta inusualmente cómodo, el frío le ayuda a adormecer tantos los antiguos como los nuevos moretones, haciendo del dolor un compañero más soportable.

Lucio sonríe. Un delgado hilo de sangre desciende de su boca y serpentea hasta mezclarse con la suciedad del piso. Él lo observa, absorto, casi orgulloso.

No gritó. No suplicó. En ese silencio, su alma, vuelve a ser suya.

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Me veo inundado de una emoción que jamás he experimentado, una que se abre paso dentro de mí, voraz e imparable. No encuentro otra palabra más precisa: enloquecí. ¿De qué otra forma podría describir este torrente que me arrastra? El ardor en mis manos, esa necesidad primitiva de apartar a mi esposa de la mirada de ese tipo, y el veneno que corre por mis venas al pensar que, en algún momento, él la ha amado.

Mi mandíbula se tensa. Las manos, a duras penas, permanecen inmóviles junto a mis costados. Y mis ojos no se apartan de él. El mismo que alguna vez la tuvo entre sus brazos y que, ahora, sin aviso, ha regresado.

—Pensé que eras un periodista —logro decir con una voz que apenas reconozco. Es tan plana, tan distante.

—No te preocupes —dice Damián con una confianza exasperante que me da una punzada en el estómago.

¿Acaso sabe lo que ocurre dentro de mí? Debe hacerlo, ¿cómo no habría de notarlo? Lo llevo escrito en la mirada, la confusión que me revuelca, los celos que me consumen, el miedo, disfrazado de rabia. Esta tormenta emocional que me arrebata la cordura, haciéndome alguien irreconocible. Yo no soy así. Pero, al mismo tiempo, no puedo detenerlo.

"Pará, relájate", me repito en un murmullo interno que se ahoga entre el tumulto de mi propio ser.

Es inútil.

La pregunta arde en mi interior, ¿por qué estoy reaccionando así?

Y la respuesta me llega con una claridad abrumadora cuando miro a un lado. Mi esposa está viendo a Damián a los ojos, y si bien, no lo hace con cariño, lo hace con algo mucho más inquietante: reconocimiento. Son dos personas que se entienden porque llevan años de conocerse.

Estoy aterrado.

Porque mientras yo soy solo una sombra en su memoria, Celia a él sí lo recuerda con dolorosa precisión. Cada cosa que ha vivido a su lado, cada promesa que se hayan hecho. Los médicos dijeron que ella perdió dos años de recuerdos. ¿Eso implica que aún siente algo por él? No. Ella no puede amarlo. Es mi esposa, es mía, y esa noción me abruma con una desesperación que no logro apaciguar.

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⏰ Última actualización: Sep 26 ⏰

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𝐅𝐮𝐢𝐦𝐨𝐬 𝐭𝐨𝐝𝐨 || ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora