V. Celia/Enzo

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CELIA

No quería pasar por esto de nuevo, y sin embargo, está pasando. Muchos dicen que quieren olvidar el dolor de la pérdida, porque es asfixiante, un verdugo implacable que te consume las entrañas; uno teme morirse también, por el dolor y por la ausencia. Pero al olvidar, tendrás que vivir el mismo dolor en otro momento, cuando la realidad se vuelva imposible de ignorar y te obligue a hacerle frente.

El columbario es un santuario de silencio. Solo hay difuntos en los nichos y un lamento melódico proveniente de las aves en los alrededores. Hay paz. Yo soy lo que no encaja aquí, con tanta vida y tantos miedos, con tanto ruido en mi mente y cuerpo. En el nicho de mi padre hay una foto nuestra, la he estado observando por mucho tiempo, el suficiente para que las piernas me ardan. Las lágrimas, antes constantes, ahora son esporádicas, y cuando creo que por fin se han terminado, otra cae.

—¿Sufrió? —pregunto, es lo primero que sale de mi boca después de horas en silencio.

Mi voz toma por sorpresa a Enzo, quien tiene que aclararse la garganta y despejar su mente antes de darme respuesta. Un haz de luz solar se posa sobre su hombro, filtrándose entre las hojas de los árboles. Cuando llegamos aquí ni siquiera había amanecido aún.

—No —responde—. No tuvo tiempo de sentir ni de asustarse.

Una muerte súbita, producto de un accidente de tránsito. Tan común. Tantas veces he escuchado e incluso visto, accidentes en carretera. Los he pasado de largo con una mezcla de compresión, inquietud y, he de admitir, que también de curiosidad morbosa; todos lo hacemos, al menos la mayoría. Siempre supe que alguien amado para mí podría tener un destino como ese, y sin embargo, jamás lo creí realmente. Era algo que podría pasar, pero que no estaba pasando, así que el pensamiento se desvanecía antes de tomar forma.

—Bien —digo, con la respiración entrecortada.

Otra lágrima cae. La ignoro, permitiendo que complete su trayecto y que la humedad en mi rostro se evapore por sí sola. El tiempo avanza, me parece que lo hace con una lentitud tortuosa, pero el sol y las sombras en constante danza me aseguran que, en efecto, el mundo sigue girando. El rayo de luz ya no ilumina el hombro izquierdo de Enzo, sino el derecho.

—Es tarde —digo. No espero una respuesta de su parte, y él no me la da, solo me dedica una suave sonrisa, comprensiva y paciente. No le molesta que se haga tarde, ni me pide que nos movamos de aquí, solo sigue esperando—. Deberías sentarte.

—Vos estás de pie —me dice, y su tono deja claro que el descanso no es una opción viable. No mientras yo siga en pie, llorando, consumiendo mis últimas reservas de energía.

—Estás muy tranquilo —suelto de forma abrupta porque me es difícil hacer conversación con él. Enzo interpreta de otro modo mis palabras y tono, como si me hubiera ofendido—. No es un reclamo —me apresuro a aclarar.

𝐅𝐮𝐢𝐦𝐨𝐬 𝐭𝐨𝐝𝐨 || ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora