8 | Antigüo escuadrón

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BIANA TORRES



Dormir no es una opción para mí y mucho menos después de ese encuentro sorpresivo con la mujer que quebró mi cabeza desde niña, la cual ha dejado pensamientos alborotados, pensamientos que atormentan. Escucho cada rasguño que da el aire en la ventana y las sábanas me asfixian. «Todo está bien, todo va a pasar. No es la primera vez que me peleo contra mis traumas infantiles» Termino desarropada y con los ojos clavados en el techo. El insomnio se adueña de mi noche y no hallo mejor plan que levantarme a buscar en la cocina algún té que pueda calmarme.

Tengo la jodida suerte de conseguir que mi vida dé vuelcos extraños que terminan perturbando mi paz. Un don maligno podría decirse, o tal vez es el destino mismo, o Dios, que no para de arrojarle mierda a su mejor soldado.

Pero ya, Dios ¿No te basta con todo lo que me has hecho?

No paro de darle vueltas al encuentro con la mujer que me dió la vida, la cual hacía muerta y que jamás pensé que volvería a ver. Entonces me lamento, porque tal vez tenía algo importante para decir y yo llena de rabia y llevada por la impulsividad y el rencor la ignoré. Debí haberla escuchado

Odio que su presencia me haga tambalear, odio que mis pasos ya encaminados se tuerzan por su culpa.

Vine aquí para reencontrarme conmigo, con mis objetivos y para compartir con la pequeña familia que tengo en este rincón del mundo antes de iniciar el paso que me llevará a la encrucijada del terror, la cual me hará cumplir la fantasía vengativa con la que sueño desde hace años, y ahora quiero desviarme un tanto solo para saber porqué mi madre ha regresado a mi vida.

Es patético.

Debería odiarla y evitar redirigir mi enfoque hacia ella, pero por algún motivo su cara es lo único que viene a mi mente cuando cierro los ojos.

Me arrepiento de no haber cogido su número, me arrepiento de no permitirme la libertad de ser una persona normal del todo; la ansiedad me golpea el cuello y se me desata el peor dolor de cabeza que he tenido en los últimos meses. Nader que me consigue al pie del sofá, acurrucada con una taza humeante entre las manos, se tumba en el suelo a mi lado sin decir nada.

Me sienta mejor su presencia, y me dejo acompañar por su respiración.

Su silencio es música para mis oídos, no quiero escuchar preguntas ni frases que acaben con la poca paciencia que me queda. Últimamente desconozco lo que soy, he adquirido un carácter algo complicado, tan complicado que a veces ni yo misma entiendo lo que siento. Otras tantas ni me soporto.

Ni yo misma sé en lo que me he convertido.

Nader me conoce muy bien, sé que sabe lo mucho que me ha afectado ver a mi madre.

La frente me palpita y le pido que se suba al sofá conmigo, sus brazos me rodean y en ese divino silencio nos acompañamos hasta que el sol se asoma por la ventana. Es entonces y con sumo cuidado de no herir mi susceptibilidad que habla:

—Deberías dormir un poco, Bi.

Volteo a verlo, cansada, preocupada, y hasta en una carrera a contrareloj porque el tiempo corre y el motivo principal por el que salí de España no lleva ni el 1% de desarrollo.

Vuelvo a pensar en mi madre y me sincero entre lamentos.

—Algo me dice que debo encontrarla y permitirle hablar. Fui muy dura. Tal vez tiene algo que decirme, o quizá soy yo que anhelo escuchar un justificativo de su abandono.

—No fuiste dura, es entendible —dice—. Ella te dejó una marca. Hiciste lo que creíste correcto.

Lo que creí correcto...

Santa InfielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora