MASSIMILIANO BENEDETTI
Las calles empapadas de Londres nos reciben, el clima fresco no está tan alejado de como lo recordaba. La comitiva real nos escolta, siguiendo el vehiculo que nos traslada al Palacio de Westminster para la reunión con Richard Subak, primer ministro de Inglaterra y el resto de los representantes de Gran Bretaña. El movimiento es discreto, los transeúntes ingleses ignoran la llegada del ladron número uno de su tierra y me parece que la falta de policias en el acto es una forma de hacernos ver que no están tomando tan enserio mi solicitud de alianza.
Elizabeth va a mi lado, en silencio al igual que su equipo. Me palpitan las sienes y el chofer que nos lleva, y el cual va a mi lado no para de ver por el retrovisor. Es un gesto nervioso y se me hace un tanto sospechoso, sin embargo, trato de relajarme mientras avisto el palacio a lo lejos. Hemos llegado.
Me pican las manos, no sé cómo vayan a actuar estos hijos de puta una vez que me vean. Conversé con Subak por teléfono y llegamos a un acuerdo de intereses para recibirnos y abogar por nosotros ante los demas países independientes, sin embargo, no soy precisamente un invitado grato, les robé las Nefitas en sus narices y supongo que alguna consecuencia ha de haber.
No puedo ser intocable toda la vida, y menos ahora que he perdido todo el poder que logré manejar en su momento.
Descendemos después de recibir la orden para hacerlo y custodiados ingresamos a Las Casas del Parlamento. Nos llevan hasta el salón donde nos recibe Richard, y allí sí hay guardias por todos lados. Debo dejar mi Beretta afuera obligatoriamente y aunque me excuso con la placa asquerosa del SIPM que ahora llevo se me indica que a la reunión no puedo ingresar con armas de fuego.
—Bienvenidos —Saluda el moreno asintiendo con la cabeza levemente. Echo un vistazo a las demás personas que le acompañan. Son quince en total, demasiada gente teniendo en cuenta que son cuatro países—. Bienvenida, presidenta.
Grani devuelve el gesto, tomando asiento donde se le indica.
Solo conozco los rostros ingleses, todos van vestidos de etiqueta, se nota que han tenido éxito dentro de la Monarquía. Los demás tienen buena pinta, aunque me fastidia sus caras estiradas y que murmuren entre ellos al observarme.
Sí, soy un jodido delincuente ¿Y que?
—¿Están todos cómodos? ¿Desean té, cafe, algo con lo que podamos relajarnos un poco antes de dar inicio?
En mi grupo todos declinan, a excepción de Grani que pide un Té. Mujer tenía que ser, y peor siendo jefe de estado.
—¿Qué tal estuvo el viaje? —Sigue el Ministro.
—Dejemos los rodeos, las formalidades y todos estos estúpidos protocolos. Yo no quiero cafe y tampoco me quiero sentar. Elizabeth, no hay té, tomarás agua de regreso.
Ella se timbra.
No me interesa quien sea ella. Ahorita estoy al mando yo.
—Excelente —Aplaudo, haciéndole señas a uno de mis hombres para que acerque el cofre que traigo desde Roma—. Acá está lo ultimo que tenía en mi propiedad, el resto yace en manos Rusas.
Es una mentira piadosa, no puedo simplemente deshacerme de lo único en la tierra que puede asegurar una lucha justa y medio par contra otra nación.
No tengo un equipo consolidado, de confianza. Me aparté por completo de todo lo que había construido y lo único con lo que cuento ahora es con una pequeña cantidad de Nefitas.
El agente encargado de transportar los diamantes abre el cofre, mostrando el huevecillo transparente y con la suficiente seguridad para resguardar las pequeñas piedras radiactivas por las que hoy todo el planeta se pelea y está a nada de uniciar una guerra.
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Santa Infiel
RomanceCuando un enemigo del pasado vuelve con más fuerza, Spence debe buscar al único hombre en la tierra capaz de ayudarle a exterminarlo: Massimiliano Benedetti, expulsado, exiliado y dado por muerto. Y mientras que Biana busca venganza por su propia ma...