2 | Batallas políticas

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FIORELLA BENEDETTI





La música ayuda a sobrellevar la vida, y vaya que qué puta vida la mía. Ese es el motivo por el que nunca suelto mis audífonos, si no cargo los inalámbricos es porque están cargando y mientras tanto uso los convencionales, pero nunca estoy disponible para escuchar marranadas de otros. Sólo música.

Papá dice que soy el Grinch de la vida: todo me molesta, todos me caen mal y soy una boca floja que anda por la vía respondiéndole mal a todo aquel que me joda la paciencia.

Dice que soy igual a el hombre que me engendró.

La música me ayuda a ignorar a las personas que no tolero —que son casi todas las que conozco—, por eso rompo el volumen permitido y me atormentó a mi misma con melodías que puedan opacar lo que hay a mi alrededor.

Son las doce del mediodía y el regreso a casa es tranquilo, me voy en bicicleta como de costumbre y me parece mucho más cómodo hacerlo sin mis primos. Cada día Devan que ya tiene auto pasa por Diva y por mí, pero hoy ambos amanecieron enfermos y me tocó ir y venir de la escuela sola. Mucho mejor para mí.

Odio la escuela, odio a los niños que no paran de llamarme gringa aunque no lo sea, y más aún, odio a los profesores que con su deber de educar apoyan los comentarios xenófobos en mi contra.

Le agradezco a papá por alejarnos, cuidarnos y darnos una buena vida, ¿Pero de verdad tenía que traernos al tercer mundo? ¿por qué no Canadá o Inglaterra?

En menos de diez minutos llego a casa pedaleando y mi mal humor empeora cuando veo a papá platicando con la vecina viuda en el frente de la casa, la cual no ha hecho mas que sonsacarlo y ser coqueta desde que el marido murió hace dos años, la detesto. Es una puta.

—Hola, princesa —No puedo culpar a la pobre mujer, papá es guapo en sobremanera. Y no es de esos árabes desculados con cuerpos estúpidos.

Es un bombón.

—Hola.

Él no tiene la culpa de mi mal humor, sin embargo, no puedo evitar responder seco y cortante.

—¿Cómo te fue hoy? —Se viene detrás de mi para entrar a la casa, despidiéndose de la vecina—. ¡Adiós, Claudia!

—Bien, creo.

—¿Crees? —Alza la ceja con duda y cierra la puerta—. ¿Qué pasó ahora, Fio?

Y allí está otra vez esa cara que me rompe el alma.

Nader lo ha dado todo por nosotros, nos ama como si fuéramos sus propios hijos, ha dejado de lado su vida. No sale con chicas, no tiene amigos a excepción de la estúpida vecina que es la única con quien habla y se pasa todo el día metido en el huerto del patio regando plantas. Además, nos ayuda con las tareas y cocina platillos exquisitos para alegrar las caras de las niñas malcriadas que tiene en casa.

—No he hecho nada, papi. Lo juro.

Entiendo que se preocupe por mi conducta. Voy a la oficina de la psicóloga de la escuela porque según todos tengo problemas de carácter.

—La última vez que llegaste con esa cara habías rapado la cabeza de un compañero en el baño.

Se lo ganó por tanto molestar.

—Él se metió con Diva y conmigo. Dijo que eramos unos pinches extranjeros sin derechos en un país ajeno.

—¿Y qué hacemos ante comentarios tontos?

—Ignorar —Repito el mantra que nos enseñó.

Asiente.

—Exacto.

Santa InfielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora