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—Papá, creo que me veo estúpida. —Cate atravesó la cocina donde Max estaba en el mostrador, tomando sus vitaminas. Estaba en medio de un largo trago de agua cuando ella entró enfadada. Trató de mirarla, bajar el vaso y no ahogarse en el proceso. Una vez que tragó las pastillas, se sintió bastante orgulloso de sí mismo por no derramar nada.

Se pasó una mano por la corbata, asegurándose que ninguna gota de agua golpeara el satén. Había elegido uno de los trajes que había comprado para su primer viaje a California. A partir de ahí, Alyssa había sido un sargento de instrucción, preocupada por la ropa y asegurándose que no se hubiera puesto este traje durante el viaje. Una vez que su ropa estuvo definida, había ido de compras por varios días, eligiendo ropa especial para ella y los niños, tratando de hacer que todas coincidieran con las fotos que seguramente serían tomadas.

Satisfecho de no tener que cambiarse la corbata y arruinar todo el esquema de color de Alyssa, Max miró a su indignada hija. Llevaba un vestido verde espuma de mar que combinaba perfectamente con sus ojos. Para Max, se veía hermosa, pero eso claramente no era lo que quería en una respuesta. Intentó la diplomacia.

—Caty, es lo que tu mamá quiere que uses. Es un día en tu vida —dijo, esperando que eso no le metiera en problemas con Alyssa y apaciguara a su hija al mismo tiempo.

—¡Mira! —Cate se puso las manos a los costados—. Estuvimos de acuerdo con faldas que llegaran hasta la punta de mis dedos. Esto va más allá de mis rodillas. Me parezco a la abuela Verstappen.

Eso hizo que Max soltara una carcajada. Ahora, él entendía completamente su problema, y odiaba esa regla de la yema del dedo para empezar. Ella había acudido a la persona equivocada en este argumento. Si fuera por él ella se vestiría así todos los días.

—Te ves hermosa y respetable. Pon una sonrisa en tu rostro y sé feliz. Es sólo un día de tu vida.

—¡Papá! ¡No estás ayudando! —Pisoteó con el pie y se fue con un resoplido, su cabello hondeó mientras se alejaba furiosa.

—Papá, ¿qué le pasa? —preguntó Damian, atravesando la cocina hacia el garaje—. No encuentro mi billetera.

—Aquí, hijo, la dejaste en el mostrador anoche —dijo Max, yendo a la barra de la cocina, extendiendo la mano por la encimera de granito hasta donde había visto la billetera antes.

—Gracias, papá —dijo Damian, metiendo la billetera en la chaqueta del traje—. Hoy nos veremos como una tarjeta de navidad.

Eso hizo que Max se riera de nuevo.

—Sí, creo que eso es lo que quería tu mamá.

—Necesito que todos dejen de lloriquear y suban al auto —gritó Alyssa desde algún lugar de la sala de estar. Tenía que haber sido escuchada en toda la casa desde ese punto—. ¡Tienen tres minutos!

Max podía escuchar sus tacones altos haciendo clic en los pisos de madera mientras se dirigía en su dirección. Dobló la esquina tan frustrada como lo había estado Cate hacía unos minutos.

—Hemos criado niños terribles —anunció y asomó la cabeza hacia la sala de estar abierta—. Dos minutos y medio y no estoy jugando. ¡Habrá consecuencias y será mejor que haya sonrisas en sus rostros!

Se volvió y miró a Damian de cerca.

—¿Tienes algo que decirme sobre tu traje?

—¡No, señora! —Oh. Max hizo una mueca. Había sacado el señora.

—Bien, entonces ahora eres oficialmente mi nuevo hijo favorito. —Ella lo miró, sus ojos ardían furiosos. Lo detuvo antes que tuviera la oportunidad de decirle lo bonita que estaba hoy—. Me voy a mi coche. Damian, vas conmigo. Conduciremos por separado. No seas amable con ellos cuando bajen. Han sido unos niños miserables e ingratos. —Cruzó la cocina y salió por la parte de atrás, y la puerta del garaje se cerró de golpe. Damian la siguió, levantando las cejas hasta que algo llamó su atención y se volvió.

Secret [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora