Capítulo XI - No me fio de ella

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Esther se sentó con gracia y elegancia, saludando a cada miembro de la familia Pardillo con una sonrisa encantadora. La tensión que había predominado en el ambiente pareció disiparse momentáneamente ante la presencia radiante de Esther.

—Es un placer conocerlos a todos —dijo Esther con una voz melódica que resonaba en la sala—. Mi abuela me ha hablado mucho de ustedes.

Horacio no podía apartar la mirada de Esther, como si un imán invisible lo atrajera hacia ella. Nieves notó la expresión en el rostro de su esposo y sintió una mezcla de emociones, entre la confusión y la incomodidad.

Tía Isabel, al notar la conexión entre Horacio y Esther, sonrió con complicidad. Prosiguió a relatar los logros y talentos de su nieta, destacando su destreza en el piano y sus habilidades en las artes. Mientras tanto, la mirada entre Horacio y Esther continuaba intercambiando secretos silenciosos.

Después de la presentación, tía Isabel sugirió que Esther podría deleitar a los invitados con una pequeña pieza en el piano. Todos asintieron con entusiasmo, y Esther se levantó grácilmente para dirigirse a la sala de música.

La familia Pardillo la siguió, y se acomodaron en la sala de música mientras Esther tomaba asiento frente al piano. Comenzó a tocar una melodía cautivadora, sus dedos danzaban sobre las teclas con destreza y pasión. La música llenó la habitación, envolviendo a los presentes en una atmósfera encantadora.

Horacio, hipnotizado por la música y la presencia de Esther, se encontró a sí mismo incapaz de apartar la mirada de ella. Nieves, observando la escena, sintió una punzada en el pecho, la cual mantuvo silenciosa al no saber el motivo de la misma.

Terminada la pieza musical, todos aplaudieron con entusiasmo. Esther se levantó y agradeció con una reverencia graciosa. La familia Pardillo, aunque impresionada, notó que la conexión entre Horacio y Esther iba más allá de la música.

—Espero que hayan disfrutado de la actuación de Esther —dijo tía Isabel con una sonrisa astuta—. Ahora, si me disculpan, debo atender algunos asuntos en la mansión. Pueden disfrutar del resto de la tarde como deseen.

Tía Isabel se retiró dejando a la familia Pardillo en la sala de música. La conversación se mantuvo amena entre los visitantes y Esther, quien contestaba a las preguntas con gracia.

—Entonces, jovencita ¿creciste en esta casona? —dijo Gregoria con notable interés.

Esther asintió. Desvió su mirada hacia Horacio y luego se dirigió a Nieves, quien se encontraba junto a él. Sonrió.

—He vivido aquí desde siempre, si lo desean puedo mostrarles la ciudad.

Esther guio a la familia Pardillo por las encantadoras calles del casco antiguo de la ciudad. Mientras caminaban, ella compartía historias animadas sobre la historia de la ciudad, señalando los edificios más destacados y revelando anécdotas interesantes. Horacio caminaba a su lado, escuchándola con atención, sus ojos reflejaban una admiración palpable.

Nieves, sin embargo, se sentía dividida. Aunque disfrutaba del encanto de la ciudad y apreciaba la amabilidad de Esther, no podía evitar la punzada de confusión que se afianzaba en su pecho. Observaba la conexión entre Horacio y Esther, preguntándose qué significaba realmente.

Gregoria, con malicia en sus ojos, se acercó a Nieves y tomó su brazo discretamente. Aprovechando un momento en que Esther y Horacio estaban inmersos en la conversación, Gregoria susurró con tono confidencial.

—Nieves, no me gusta la manera en que esa muchacha actúa. Hay algo en su mirada que no me agrada. No me fío de ella.

Nieves, aunque inicialmente sorprendida por la franqueza de su suegra, comenzó a sentir una semilla de duda crecer en su interior. Observó a Horacio y Esther, quienes reían animadamente mientras compartían historias. La confusión en el corazón de Nieves se intensificó, sintiéndose atrapada entre la lealtad a su familia y las emociones desconcertantes que surgían al presenciar la conexión entre su esposo y Esther.

La tarde transcurrió entre paseos pintorescos, conversaciones amenas y la presencia constante de Esther, cuya gracia y encanto no pasaban desapercibidos. Nieves, en silencio, reflexionaba sobre el giro inesperado que había tomado el viaje y las complicaciones que ahora se desplegaban frente a ella.

Al caer la noche, regresaron a la mansión de tía Isabel, llevando consigo una mezcla de emociones complejas que resonaban en el aire. Mientras todos se retiraban a sus habitaciones para descansar, Nieves se quedó sola en sus pensamientos, enfrentando la incertidumbre que se cernía sobre su matrimonio y su familia.

Algunos días después, la familia Pardillo se preparaba para partir de la mansión de tía Isabel. Habían disfrutado de la hospitalidad de su anfitriona y de las encantadoras experiencias en la ciudad, pero era hora de regresar a su rutina diaria. Mientras empacaban, tía Isabel solicitó hablar en privado con Nieves y Horacio.

En una sala elegante de la mansión, tía Isabel expresó su deseo de que la pareja extendiera su estancia. Mencionó lo agradable que había sido la compañía para Esther y lo contenta que estaba de haberlos conocido. Aunque sorprendidos por la solicitud, Nieves y Horacio consideraron la propuesta, sintiendo una presión silenciosa en el ambiente.

Antes de que pudieran responder, tía Isabel continuó, mencionando lo especial que era Esther y cómo se había encariñado con ellos. La petición de tía Isabel dejó a Nieves en una posición incómoda, ya que realmente deseaba regresar a casa. Por otro lado, Horacio aceptó sin dudarlo, dejando a Nieves sin más opción que quedarse junto a él.

Mientras el resto de la familia se preparaba para partir, Gregoria se acercó nuevamente a Nieves con una expresión seria. En un tono cauteloso, advirtió a su hija sobre Esther y tía Isabel.

—Nieves, quiero que tengas cuidado con esa muchacha y su abuela. No confío en ellas. Hay algo que no cuadra, y no me gusta la influencia que parecen tener sobre Horacio.

Nieves, entre la confusión y la preocupación, agradeció la advertencia de su suegra, pero no pudo evitar sentirse atrapada en una red de intrigas y misterios que envolvían la mansión de tía Isabel.

Horacio acompañó a la familia hasta la estación del tren, donde las despedidas fueron emotivas pero breves. Mientras tanto, Nieves se quedó en la mansión de tía Isabel. Esther, por su parte, expresó su deseo de pasar más tiempo con la joven.

Con la familia Pardillo partiendo, Esther y Nieves se encontraron en la sala de estar de la mansión. Esther, con una curiosidad evidente en sus ojos, decidió abordar un tema que había estado rondando en su mente desde la llegada de los visitantes.

—Nieves, ¿puedo preguntarte algo?

—Por supuesto, Esther. ¿Qué deseas saber?

—He notado que no compartes habitación con Horacio, a pesar de que están casados. ¿Hay alguna razón para ello?

Nieves, sorprendida por la franqueza de Esther, tomó un momento antes de responder. No estaba acostumbrada a hablar abiertamente sobre su matrimonio.

—Nuestro matrimonio fue más bien un arreglo entre nuestras familias. No hay amor de por medio.

Esther, intrigada, inclinó la cabeza y preguntó con más detalle.

—Entonces, ¿no sientes nada por Horacio?

Nieves suspiró, reflexionando sobre la naturaleza de su relación con Horacio.

—No, Esther. No siento nada por él. Somos esposos en papel, pero no hay conexión emocional entre nosotros.

Esther, con una sonrisa traviesa, continuó indagando.

—¿Y él? ¿Tiene algún sentimiento por ti?

Nieves respondió de manera rápida y segura.

—No, estoy segura de que no. Nuestro matrimonio fue práctico, y ambos estamos conscientes de ello.

Esther asintió, como si hubiera resuelto un misterio en su mente.

—Interesante. A veces las apariencias pueden ser engañosas, ¿no crees?

Nieves la miró sin comprender.

—¿A qué te refieres?

—¡Oh! No es nada, no te preocupes —sonrió.

Ilumíname con tu luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora