Capítulo XXII - Bajo las estrellas del pueblo

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La fiesta estaba resultando todo un éxito, había desde deliciosa comida preparada por las mejores cocineras del pueblo hasta música tocada por los talentosos hombres, entre ellos estaba Eliecer quien rasgaba con todo la guitarra.

Nieves y Horacio bailaban emocionados al compás de la música. Dando un salto por aquí y una vuelta por allá. Las risas compartidas y miradas cómplices eran tan obvias, que las personas del pueblo comenzaban a preguntarse si todo el drama realizado hacia meses atrás había sido solo un espectáculo para despistar su romance. Esto a Gregoria le fascinaba, todo estaba saliendo a la perfección, aunque faltaba un detalle, pero viendo ya la hora lo más probable es que no se terminaría de realizar su plan al 100%. Y aunque soltó un resoplido al pensar en aquello decidió dejarlo de lado por el momento, ver la sonrisa feliz de su hijo quien bailaba alegremente junto a su querida nuera era suficiente para hacerla aterrizar.

Cuando la canción se hubo detenido y las personas se dispersaron entre risas y conversaciones, ambos tomados de la mano, se dirigieron hacía la mesa repleta de bebidas y comida, en donde se encontraban Antonia y Rito atragantándose a gusto de tamales.

El pequeño rito se encontraba sentado en una silla, con los cachetes hinchados como ardilla de tanta comida que tenía dentro. Nieves rio al verlo, tomó una servilleta de la mesa y le limpió la cara a su hermanito.

—¿Dónde está madre? —preguntó.

—Allá —respondieron sus hermanos señalando hacia la multitud de gente.

Rutilia estaba ahí, con una sonrisa deslumbrante, mientras hablaba plácidamente con algunas personas. Se veía completamente diferente a como Nieves estaba acostumbrada a verla; estaba contenta, estaba disfrutando... estaba siendo libre.

—Cariño —dijo Horacio acariciándole los nudillos —Ven, quiero presentarte a alguien.

Divisó a Dionisio a lo lejos, iba acompañado de su esposa quien llevaba una enorme panza de embarazo, además, junto a ellos iba un niño bastante alto, parecía distraído y su madre le limpiaba las babas a cada cierto tiempo.

—¡Hermano! —llamó Horacio y se envolvieron en un abrazo. —¡Nieves! Ven, bueno ya conoces a Dionisio...

—Me alegro de volver a verte —dijo este.

—Igualmente, cuñado —. Sonrió.

—Ella es mi esposa, Telma. Y este galán es mi hijo, Camilo.

Ambas mujeres se dieron un beso en la mejilla. Nieves no pudo ignorar el hecho de que Telma era una mujer muy bonita. Tenía largos cabellos castaños y los ojos de un ámbar muy llamativo. Camilo se parecía a ella, y probablemente el bebé en camino también.

Nieves intercambió unas palabras amables con Telma, mientras Dionisio y Horacio seguían conversando animadamente sobre recuerdos de la infancia y anécdotas familiares. Camilo, por su parte, se mantenía cerca de su madre, observando todo con curiosidad, aunque de vez en cuando su atención parecía divagar.

La música volvió a sonar, esta vez con un ritmo más pausado y romántico. Horacio, sin dejar de sonreír, tomó la mano de Nieves y la invitó a bailar nuevamente. Ella aceptó con gusto, dejando atrás por un momento las formalidades y entregándose al disfrute de la velada.

Entre risas y conversaciones, la noche avanzaba, y los niños corrían de un lado a otro, aprovechando la libertad de la fiesta. El pequeño Rito, ahora con la cara limpia gracias a Nieves, correteaba junto a otros chicos, disfrutando de cada momento.

Horacio y Nieves, abrazados en la pista de baile, se sentían en perfecta armonía. Se miraron a los ojos, y sin necesidad de palabras, supieron que estaban exactamente donde querían estar, rodeados de sus seres queridos y llenos de amor.

Ilumíname con tu luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora