Capítulo IX - Tregua

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Algunos días más tarde, en la finca de la familia arribó una carta de parte de la tía Isabel, en la que los invitaba a conocer su hogar en la ciudad de Panamá. No tardaron de hacerse presentes los chillidos de emoción por parte de Gregoria y la pequeña Antonia. Nieves pudo notar la emoción en la sonrisa de su madre y, dentro de ella misma, también estaba un poco emocionada por ver lo que había más allá del mar.

La casa se llenó de movimiento y entusiasmo mientras se preparaban para el viaje. Gregoria revisaba meticulosamente las maletas, asegurándose de no olvidar nada importante. Antonia corría de un lado a otro, emocionada por la perspectiva de visitar la ciudad. Horacio, por su parte, parecía menos entusiasmado, pero se mantenía ocupado organizando los documentos necesarios para el viaje.

Nieves, sentada en su habitación, contemplaba con mezcla de emociones la idea de salir de su entorno habitual. Por un lado, la novedad de conocer la ciudad la emocionaba, pero, por otro, sentía un nerviosismo inexplicable. La tensión en su relación con Horacio también le hacía dudar de cómo serían esos días fuera de la finca.

A medida que avanzaba el día del viaje, las maletas se llenaban con ropas cuidadosamente dobladas y objetos esenciales. Gregoria, con su habitual eficiencia, se aseguraba de que todo estuviera en su lugar y nadie olvidara nada. El sol comenzaba a descender cuando, finalmente, estuvieron listos para partir hacia la estación.

Condujeron el carruaje familiar hacia la estación del ferrocarril, donde el bullicio y el movimiento eran incesantes. Nieves miraba a través de la ventana del carruaje mientras se acercaban al lugar.

Al llegar a la estación la familia se hizo de sus respectivos boletos y subieron al tren. Horacio no tardó en notar como sus padres, Doña Rutilia y los niños tomaban asiento. Él, por otro lado, notó que su boleto lo dirigía a otra parte, divisó a Nieves entonces, sentada a un lado de la ventana con la vista perdida hacia el exterior, así que se sentó frente a ella, de mala gana.

—Oye, costal de papas —le llamó.

Nieves le lanzó una mirada asesina. Horacio sonrió.

—¿Qué quieres?

—Me imagino que será tu primera vez en la ciudad —dijo él, intentando iniciar una conversación.

Ella lo miraba extrañada ¿Por qué de repente sentía curiosidad hacia ella? De cualquier forma, ya había recibido varios cocotazos por parte de su madre debido a su actitud "poco respetuosa" con su marido, así que dejar de lado la oportunidad para iniciar una relación más estable con Horacio quizá no estaba tan mal, sin embargo, aun guardaba dentro de sí la ofensa por la que Horacio le había hecho pasar.

—Sí, es mi primera vez —respondió sin mirarle.

Horacio recordaba su primera visita a la ciudad cuando era apenas un niño.

—La primera vez que vine a la ciudad, creo que tenía unos siete años —comenzó Horacio, mientras observaba por la ventana del tren— Recuerdo haberme perdido en un área muy concurrida cerca del mercado. Había un montón de palomas revoloteando alrededor, y recuerdo haber jugado con ellas mientras esperaba que mi padre me encontrara. Fue extraño, pero al mismo tiempo, me quedó grabado en la memoria.

Nieves asintió, mostrando un atisbo de interés. Aunque su relación con Horacio seguía siendo tensa, escuchar sobre su experiencia en la ciudad parecía acercarlos un poco más. Horacio, por primera vez en mucho tiempo, compartía algo personal con Nieves.

—Debo admitir que no tengo muchos recuerdos nítidos de esa ocasión —continuó Horacio —Pero sé que la ciudad tiene mucho que ofrecer. Me gustaría que esta vez fuera diferente. Quizás podamos explorar juntos y ver cosas nuevas.

Nieves se sorprendió por la propuesta. Desde su matrimonio, apenas se habían dirigido la palabra, y ahora Horacio parecía estar extendiendo una rama de paz y cooperación entre ellos.

—¿Juntos? —preguntó sin poder creerlo.

Él la observó y asintió.

—Mira, Nieves. Sé que iniciamos con el pie izquierdo, pero yo realmente no pienso seguir de esta manera, simplemente me enferma.

Luego de aquella conversación inesperada, Nieves se encontraba perpleja ante la disposición de Horacio para mejorar su relación. Aunque sus comienzos habían sido tumultuosos, la posibilidad de cambiar aquella dinámica le llenaba de cierto optimismo.

—No esperaba... esto —murmuró Nieves, visiblemente sorprendida.

Horacio suspiró, notando la incredulidad en la mirada de Nieves. Sus palabras parecían estar impulsadas por una genuina voluntad de dejar atrás los conflictos.

—Mira, sé que no ha sido fácil para ninguno de los dos. No tengo intención de que seamos amigos o que ahora nos comportemos como esposos, lo único que quiero es dejar de lado este ambiente del infierno. No digo que vaya a ser fácil, pero podría ser menos incómodo para ambos.

Nieves, aunque aún reticente, encontró una chispa de esperanza en las palabras de Horacio. La idea de compartir tiempo juntos, explorar la ciudad y cambiar el rumbo de su relación era algo que nunca había imaginado.

—No sé qué decir —confesó, sintiéndose desconcertada ante el giro repentino de los acontecimientos.

El tren avanzaba por el paisaje, llevándolos hacia la ciudad. El murmullo de los pasajeros, el traqueteo del tren y la conversación inesperada creaban una extraña pero sosegada atmósfera en la que Horacio y Nieves parecían encontrar un terreno común.

—Podemos intentarlo, ¿no? —agregó Nieves con cautela, pero con una tenue sonrisa.

Horacio asintió, aliviado por su respuesta. Ambos se quedaron en silencio, contemplando el paisaje que se desplegaba ante ellos, con la esperanza de que aquel viaje pudiera marcar un cambio positivo en su relación.

Por supuesto que Horacio no diría nada, pero desde la conversación con la tía Isabel, en su mente se había quedado aquella frase que le había dicho... estar enamorado, parecía tan estúpido el solo pensarlo. Desde que tenía memoria llamaba a su ahora esposa costal de papas y para él no era más que eso, pero su repentina necesidad de asegurarse de que ella y su familia no tuvieran una mala vida, lo dejaba con un mal sabor de boca. Siempre se había considerado bastante canalla con Nieves, le divertía, pero ahora, no sabía porque había llegado a la conclusión de no solo hacer una tregua, sino también ofrecerle pasar un tiempo juntos ¿Qué rayos estaba haciendo? Simplemente no tenía sentido.

Ilumíname con tu luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora