Capítulo VIII - La tía Isabel llega de visita

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Panamá, La Chorrera, febrero de 1909


Pasados algunos meses desde la boda, Nieves y Horacio no habían cruzado más que palabras cortantes para referirse el uno al otro. La tensión debido a la discusión de su noche de bodas continuaba en el aire.

La familia había comenzado la construcción de una casa detrás de la finca de los Pardillo, destinada para que Horacio y Nieves pudieran establecer su propio hogar. Aunque Nieves sentía que su libertad se había desvanecido en el momento de su matrimonio forzado, al menos tendría su propio espacio y privacidad. La construcción iba avanzando, y la casa estaba tomando forma gradualmente.

Nieves visitaba con frecuencia el sitio de construcción, observando cómo se levantaba la estructura de madera y ladrillos. Soñaba con el día en que tendría su propio espacio para escapar de la tensión constante con Horacio y, quizás, encontrar un poco de paz.

La joven aún pensaba en Luis, a menudo mirando hacia el horizonte y preguntándose si algún día tendría la oportunidad de volver a mantener una conversación con él. Después de todo, Luis no se había presentado a la boda —Y ella lo entendía— ni tampoco lo había visto pasar cerca del prado, el cual visitaba de vez en cuando con la intención de verlo. Sabía que trabajaba con el señor Asprilla, así que, en algunas ocasiones, se levantaba temprano a dar un paseo y pasaba por la abarrotería con la intención de verlo.

Horacio, por su parte, estaba ocupado con los asuntos de la finca, asegurando que todo estuviera funcionando sin problemas. Aunque Nieves no era el centro de su mundo, le pesaba la situación incómoda en la que se encontraban. La tensión continuaba en el aire, y a pesar de la casa en construcción, la distancia entre ellos parecía aumentar.

Durante el mediodía apareció frente a la finca de los Pardillo una mujer muy bien vestida y de aire altivo. Bajó de un carruaje lujoso con un paraguas cubriendo su cabeza. Jorge Pardillo la recibió con sorpresa y le permitió pasar a la vivienda.

La mujer tomó asiento en la estancia en donde el señor Pardillo y su mujer se sentaron frente a ella brindándole una taza de té. Con inquietud, Jorge habló:

—¿Qué la trae por aquí, tía Isabel?

—Recibí una carta de tu parte ¿No recuerdas? —dijo dándole un sorbo a su té —Sobre la boda de mi sobrino. Me alegra que al fin haya sentado cabeza.

—Cierto, lo había olvidado. Tardó un poco en venir a visitarnos, honestamente pensé que tendríamos que ir a la ciudad para verla.

Isabel negó.

—Me tardé ya que estaba en España atendiendo unos asuntos, pero eso no es el tema —continuó —Estoy aquí porque quiero conocer a la mujer de mi sobrino.

Gregoria se levantó de su asiento con felicidad y se disculpó antes de abandonar la habitación. Corrió a través de los pasillos hasta dar con Nieves, quien se encontraba empapada en sudor pues ayudaba diligentemente con la construcción de la casa.

—¡Nieves, querida! —vociferaba Gregoria mientras corría hacia ella —Llegó la tía Isabel y quiere conocerte ¡rápido! ¡Ven a prepararte!

Mientras Nieves corría a casa a prepararse junto a doña Gregoria, Horacio había estado prestando atención a la conversación de su madre y su esposa. Se secó el sudor y dejó las herramientas en su lugar para entrar en la vivienda. Llegó a la estancia en donde encontró a su padre y su tía Isabel, a la cual no conocía hasta el momento.

—Buenas tardes, tía —dijo parado en el umbral de la puerta.

Isabel le observó y sonrió.

—Horacio... que grande estas, me alegra verte. Toma asiento.

Ilumíname con tu luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora