Capítulo XVII - Como un costal de papas

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Posicionó la mano en puño contra la puerta, pero dudó. Era demasiado tarde para despertarla, seguramente la haría enojar más o simplemente estaba demasiado ebrio como para que las palabras salieran de su boca. Soltó un largo suspiro y tocó la puerta, aunque intentó ser delicado con los golpes el ruido resonó por todo el pasillo. Suspiró.

—¡Nieves! ¡Ábreme por favor! —lloriqueaba desde afuera.

Pasaban los minutos y no había respuesta. Se rindió acostándose en el suelo frente a la habitación. La cabeza le daba vueltas y el corazón le latía con fuerza, lleno de arrepentimiento y anhelo de reconciliación. La noche avanzaba lentamente, mientras Horacio permanecía postrado en el suelo, perdido en un mar de pensamientos turbulentos.

Escuchó entonces una puerta abriéndose, se reincorporo dándose cuenta de que se trataba de una habitación más lejana. Apareció Esther en el pasillo, cubriendo su pijama con una bata de seda turquesa. Se acercó a él cruzando los brazos mientras negaba con la cabeza.

—Te ves tan lamentable, primo.

—Déjame tranquilo —se quejó volviendo a acostarse en el suelo y dándole la espalda.

—Levántate, vamos.

No hubo respuesta. Esther lo tomó del brazo e intentó levantarlo del suelo, el peso era demasiado tanto así que en un movimiento mal dado terminó por caer sobre Horacio, golpeándose la cabeza con la puerta de Nieves en el acto. Esther se levantó del suelo y rio cubriéndose la boca.

—Ven, vamos —lo tomó de la mano.

—¿A dónde?

—A mi habitación, hablemos.

Horacio se dejó llevar por Esther, aún sintiendo el eco de la desazón y el dolor en su cabeza. Se levantó con dificultad, tratando de mantener el equilibrio mientras seguía a su prima por los pasillos de la mansión.

Al llegar a la habitación de Esther, Horacio se dejó caer pesadamente en una silla, sintiendo el dolor de cabeza intensificarse con cada movimiento. Esther se sentó frente a él, con una expresión entre divertida y preocupada en su rostro.

—Estás hecho un desastre, Horacio. ¿Qué demonios pasó contigo? —preguntó, frunciendo el ceño.

Horacio se frotó la sien, tratando de calmar el dolor que palpitaba en su cabeza.

—No lo sé, Esther. Todo se está desmoronando a mi alrededor —murmuró, con la mirada perdida en el vacío.

Esther suspiró, colocando una mano sobre la suya en un gesto de consuelo.

—Es por Nieves, lo sé. No me ha hablado a mí tampoco. Aun no sé la razón.

Hubo un largo silencio en el que ambos comenzaban a preguntarse diferentes motivos por los que Nieves podría estar enojada con ellos. Horacio ya tenía la respuesta, pero no estaba seguro de si era correcto contárselo a su prima. Él no recordaba beso alguno entre ellos, quizá Esther tendría la explicación a aquello o tal vez Tess solo había mentido para involucrarse en sus problemas maritales.

Horacio reflexionó sobre las palabras de Esther, sintiendo que cada vez se adentraba más en un laberinto de confusiones y malentendidos. ¿Cómo podía resolver esta situación si ni siquiera tenía claro lo que había ocurrido realmente?

—Esther, hay algo que necesito decirte —comenzó, sintiendo un nudo en la garganta.

Ella lo miró con curiosidad, esperando sus palabras con atención.

—Hablé con Tess antes de venir aquí y él me contó que Nieves me vio besando a otra mujer...

—¡Qué rayos! ¡¿Cómo pudiste Horacio?!

Ilumíname con tu luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora