『𝗗𝗮𝗲𝗺𝗼𝗻 𝗧𝗮𝗿𝗴𝗮𝗿𝘆𝗲𝗻 』ᵒᶰᵉ ˢʰᵒᵗˢ ⁺¹⁸

11-𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧'𝐬 𝐖𝐢𝐟𝐞

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Las grandes puertas de los aposentos de Daemon se cerraron tras de ti con un golpe seco. Todavía envuelta en tu vestido de novia, los acontecimientos de la noche estaban muy frescos en tu mente.

Estabas furiosa, indignada por la deshonra que te habían hecho. Como una yegua de cría, tu padre te entregó al príncipe Targaryen que necesitaba una nueva esposa después de que la última hubiera fallecido "sospechosamente".

Fue humillante, por decir lo menos. No habías producido herederos para tu casa y "hablabas demasiado para tu propio bien". Tu padre aprovechó la oportunidad para que ese príncipe bruto te domara. Tal vez serías una "dama respetable".

Pero no les darías a ninguno de los dos la satisfacción.

"¿Vas a quedarte ahí mirando la puerta toda la noche?" La voz de Daemon habló detrás de ti, agotada ya por ti.

Suspiraste. "Mejor que mirarte a ti, querido esposo".

Podías oír sus pasos contra el duro suelo mientras se acercaba a ti. "Alguien debería enseñarte algo de respeto".

Te giraste hacia él para que pudiera ver cómo ponías los ojos en blanco. "Al parecer, ése debe ser tu trabajo... ya que ahora estoy casada contigo".

Te miró con dureza, su mirada oscura y peligrosa recorría tu cuerpo de arriba abajo. Un largo silencio llenó el espacio entre vosotros mientras os mirabais fijamente.

"Ven aquí", te ordenó, con tono severo pero voz tranquila.

"No.

Ladeó la cabeza y una sonrisa perversa se apoderó de su rostro. La diversión se encendió en sus ojos mientras un nuevo objetivo se apoderaba de él. Dio un par de pasos más hacia ti, acercándose como un depredador a su presa.

"Tal vez te enseñe algo de respeto".

Te recorrió un escalofrío por la espalda, pero te negaste a retroceder mientras le mirabas fijamente. Se puso delante de ti y levantó una mano para tocarte la mejilla. La apartaste de un manotazo. "No me toques".

Soltó una carcajada, mirándote de arriba abajo. Te moviste para dar un paso atrás, para dejar más espacio entre los dos, mientras una sensación inquietante se instalaba en tu piel.

Pero antes de que pudieras levantar el pie, su mano rodeaba firmemente tu cuello y te acercaba a él. Jadeaste de asombro y llevaste tus manos a las suyas para apartarlo de ti mientras lo mirabas con los ojos muy abiertos.

"Qué fuerza de voluntad tienes", dijo, suspirando profundamente. "Me pregunto lo fácil que sería quebrarla". Respirabas entrecortadamente mientras apretabas la mandíbula. Él canturreó y movió la mano hacia arriba, en un rastro áspero, hasta la mandíbula, donde el pulgar y los dedos se clavaron en la carne y te hicieron sisear de dolor. "Tu trabajo es producir mis herederos, gatita, nada más. Harás lo que yo te diga".

Resoplaste. "No soy una puta".

"No", dijo él. "Pero ahora eres mi esposa... y procrearás si yo lo digo".

"No lo haré".

Se rió, una carcajada en lo más profundo de su pecho, mientras te acercaba por el cuello. Temblabas en su abrazo, la terquedad se convertía en miedo cuando sus ojos recorrieron tu rostro y se detuvieron en tus labios.