CAPITULO VI

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Cuando despierto son casi las cuatro de la tarde. Como un torrente de recuerdos imágenes llegan a mi cabeza. No tengo tiempo de quedarme contemplando los porque un mensaje me obliga a salir de la cama y buscar mi teléfono que aún está en alguno de los bolsillos del pantalón. Aun medio dormido me siento en el borde de la cama y tanteando el suelo consigo el pantalón. Sacó el teléfono de uno de los bolsillos y tengo un mensaje de Simón y uno de Leonardo.

-"¿Dónde estás?" –preguntan ambos.

-"Despertando" –les respondo sinceramente.

-"Se nota que no eres padre jajajajaja" –es la respuesta de Simón, por su parte Leonardo me necesita de nuevo – "¿Puedes venir a la casa?"

Le digo que me de unos minutos, me bañaré, comeré algo y voy a su casa. Simón quiere verme, pero creo que no es el momento. Debo esperar que la pasión del momento se apague un poco, no sé cuáles son sus intenciones aún. Le digo la verdad, iré a la casa de un amigo que necesita de mi ayuda en algo. Me doy un baño de esos relajantes, bajo a comer y después de una breve conversación salgo de casa.

-¿Cómo te fue en la fiesta? –me pregunta Leo cuando estoy en su casa.

-Mucho trabajo –le respondo mientras me siento a su lado-, aun así lo disfrute. ¿Tu exposición, que tal?

-Muy bien –me dice asintiendo-, a la profesora le gusto.

-"Estás comprometido para mañana después del trabajo, pasare por ti" –un mensaje de Simón.

-"Mañana no trabajo, pero ya que no me estas dejando elegir será así. Nos vemos en la tarde" –respondo mientras sonrió.

Con Leonardo todo fluye, no tengo que dar explicaciones cuando sonrió, creo que por que cerca de él siempre estoy sonriendo. No me molestan sus interrupciones, ni el hecho de que siempre tiene algo que decir y poco que escuchar. Aunque sé que escucha cuando hablo, más si es sobre temas importantes. Soy de los pocos con los que su hermética personalidad se abre un poco, doy gracias por eso. No podré ser dueño de su corazón, pero por lo menos me permite conocerlo por dentro. Nos juntamos y siempre reímos, en su casa con su mamá todo es muy agradable. Me siento como en mi casa, sus problemas familiares y sus reacciones me recuerdan tanto a mi familia que me parece cómodo estar allí y agradezco que me permitan ser parte de eso.

-"¿Cómo estás?" –le escribo a José, necesito hablar con alguien que no me desequilibra emocionalmente.

-"Bien gracias... ¿Y tú? –su respuesta no tarda en llegar.

-"Bien, dentro de lo que se puede"

-"¡Ey! Si no harás nada mañana por la mañana quiero que me acompañes al centro a comprar unas botas.

-"Claro, no hay problema. Tengo la mañana libre por haber trabajado el sábado en la noche hasta el domingo."

-"Vale, nos vemos mañana a las nueve de la mañana en la plaza"

Gente así es la que necesito, que me deje pensar con la cabeza fría, que no haga que mis sentidos se enloquezcan y creen conflictos existenciales dentro de mí. José es un chico hermoso y muy amable, aun así me inspira una tranquilidad increíble, podemos salir, hablar y caminar como muy viejos amigos; a pesar de tener poco tiempo conociéndonos. Nuestra amistad es sincera pues sobrevivió a una ruptura fuerte. Él se acercó a mí con intenciones turbias, me mintió e intento usarme; eso es algo que yo no perdono. Aun así con él hice la excepción pues mostró síntomas de verdadero arrepentimiento.

-¿Te llevo a tu casa? –me pregunto Leo cuando ya terminamos todo para su próximo seminario.

-No hace falta –le digo-, no es tan tarde.

-El carro está afuera, tengo que meterlo. Vamos, te dejo y luego lo guardo.

-Vale.

Solo vivo a unas pocas calles de su casa, pero creo que ese tipo de atenciones que suele tener, son una de las cosas que me gustan de él. Aún más porque sé que no las tiene con todo el mundo, sé que es selectivo en sus relaciones y en dar su confianza. Como me gustaría corresponderle de igual forma, abrirme a él y exponerle sinceramente quien soy y mis sentimientos. Explicarle que aunque lo quiero mucho y de diferentes formas, también sé que no estaremos nunca juntos porque él es heterosexual, que nada tiene que cambiar en nuestra amistad, que lo respeto y lo aprecio. Que quiero que sea feliz y lo ayudaría en lo que fuese para verlo feliz, que es mi hermano de la vida y con eso es más que suficiente para mí. Por desgracia no puedo hacerlo, tal vez pierda a mi mejor amigo en el intento de abrirle mi corazón. La idea de no tenerlo a mi lado aun no me gusta, aun no la tolero.

-Nos vemos –le digo mientras me bajo de su auto.

-Gracias por todo –me dice son una de esas sinceras sonrisas de gratitud.

-De nada –le respondo-, escríbeme por cualquier cosa. Buenas noches, ve a descansar.

-Estamos hablando.

Lo veo alejarse y me repito que todo lo que quiero y necesito es encontrar a alguien como él. Cruza a la derecha y desaparece de mi vista. Entro a la casa con un extraño sentimiento dentro de mí. Me siento triste. Tenía tiempo que no me sentía así. Ceno en silencio cuando mi madre me puso la comida, es tarde así que ella va a su cuarto a dormir. Creo que mis ojos se están llenando de lágrimas, a Dios gracias las luces están apagadas. En ocasiones este amargo sentimiento me invade. No puedo hacer más que llorar para dejarlo salir y calmarme.

Lo amo, no puedo cambiar eso. Me siento mal por amarlo, siento que al amarlo le fallo a Dios y, le fallo a él por no ser sincero. Siento que mi existencia es una carretera de una sola vía y que otro vehículo viene en dirección opuesta a gran velocidad, cuando colisionemos solo pueden pasar dos cosas: sobrevivo y me hago indestructible, o muero. Quisiera poner mis sinceras quejas con el Creador por darme esta vida, uno debería poder elegir. No pido mucho, solo quiero ser feliz y que en el intento no tenga que atropellar, fallarle o decepcionar a alguien. Solo quiero ser feliz. Las lágrimas comienzan a salir mientras me acuesto en mi cama. Entierro mi cara en la almohada y lloro amargamente; en silencio como siempre. Solo como siempre, sin alguien que pueda consolarme porque el Consolador me recuerda que no hay consuelo para mí, que pido un imposible. Solo quiero ser feliz, no pido más que eso.

-Estarás bien –me digo a mi mismo después de un rato-. No sé cómo, pero todo estará bien.

Soy mi único consuelo, siempre he sido mi único consuelo. Estando rodeado de tantas personas, muchos con quienes estar pero nadie con quien poder ser –bendito seas Beret- más que mí mismo. Que sentimiento más oscuro y aterrador es la soledad pero me ha ayudado a ser fuerte. Una fuerza de espíritu que pocos tienen, una que forja el abandono, el rechazo, la soledad; pero al mismo tiempo el deseo firme de seguir brillando y no dejarse apagar y ser consumido por la obscuridad. Una que lucha consigo misma constantemente por ser mejor, por demostrarme y demostrarle al Creador y al mundo que puedo ser luz, que merezco la oportunidad de ser feliz. Con ese consuelo logro conciliar el sueño, poco a poco me desconecto de la realidad y esos amargos sentimientos comienzan a quedarse en la lejanía de mi habitación.

Dentro del ClosetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora