18| Salto de fe

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|Salto de fe|

Logan

Morí y reviví tres veces cuando escuché la voz de la madre de Gabe. Quise que la tierra me tragara y escupiera en Marte o mejor aún, en el culo de su precioso hijo para jamás salir de ahí.

Preso del pánico Gabe ejerció presión en mi pecho, mandándome al suelo de un empujón. A partir de allí ya estábamos mal, pero lo último que deseaba, luego de masturbarlo como un loco era dar inicio a una discusión que acabara con la poca estabilidad que había entre nosotros, por lo que en mi intento despavorido de mantener las apariencias me levanté y volví a la cama, todavía ansioso y alterado a causa de los acontecimientos anteriores.

Por fortuna, Mónica traía puesto el antifaz de dormir ya que no hubo gritos y traumas de por medio. A continuación, se lo quitó y prendió la luz de la cocina.

—Oí ruidos extraños —nos explicó soñolienta, frotándose los ojos—. Creo que se metió una zarigüeya a la casa.

Reprimí la sonrisa que se desvivía por esculpir mi cara y demostrar lo contrario. No fue una zarigüeya, era yo intentando que su hijo tuviera un orgasmo con mis dedos, señora—pensé con ironía.

Evaluando a mi compañero de travesura, admiré que su pecho desnudo se regularizaba en busca de acaparar la calma posible, sus facciones estaban endurecidas, de piedra y ya no existía aquella estela de placer, ahora solo había frialdad e indiferencia, un claro distintivo que deterioró mi buen humor y deshinchó mi erección en segundos.

—Lo revisaré mañana —compartió de vuelta, evitando toda clase de contacto directo conmigo.

Ahg, definitivamente íbamos de mal en peor.

—Lamento si los desperté —se disculpó mientras alternaba la vista entre ambos.

Sonreí apenas.

—Olvídelo, ya estábamos despiertos desde hace un rato —repliqué y por el tono supe que Gabe logró coincidir con la indirecta ya que formó una arruga entre sus cejas, impasible.

Le chanté un codazo. Mónica me miró extraño.

—Oh —su expresión se cargó con una mezcla de confusión al fijarse en el gesto mal disimulado que empleé—. ¿Haciendo que?

Gabe ni siquiera se molestó en ocultar la irritación.

—No te importa.

—Bebé, no seas grosero. Mi intención no fue interrumpirlos.

¿Qué no fue su intención? Vaya, imagínate si lo hubiera sido.

—Regresa a la cama—le indicó su hijo.

La mujer se llevó las manos a la cintura.

—Da igual, pero te advierto que las zarigüeyas muerden —recalcó sin dar tregua—. Reza que no te muerda el trasero mientras duermes.

—Ojalá —solté venenoso.

En ese momento recibí un pellizco del aludido y no en cualquier lugar, en mi polla específicamente. La primera reacción natural que tuve fue apretar las piernas, lo siguiente el regreso de una erección prematura.

Inevitable Odio |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora