16| Polos opuestos

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|Polos opuestos|

Logan

Antes de que pudiera procesarlo, amasé el muslo vestido de Gabe con ímpetu, retorciendo la piel que se escondía debajo. Como era de esperar, permaneció indemne, incapaz de exteriorizar alguna emoción que lo delatara. Me sentí irritado. Por un breve momento, deseé tener el don de la telepatía para leer sus enigmáticos y fascinantes pensamientos.

Sin embargo, a lo largo de mi vida había aprendido que detrás de cada mirada se escondía una intención. Posiblemente la suya era romperme la nariz porque en cuanto sus ojos oscuros se clavaron en los míos el ardor cubrió la atmósfera, hilando la tensión que solo percibía cuando se trataba nada menos que de él.

El amago de una sonrisa jugó en las comisuras de mis labios al deslizar la mano hacia la curva que separaba sus suaves y torneadas piernas. Tembló. Por fin, una reacción neurológica que me recordaba que no era una maldita piedra inmune al tacto humano.

Lo miré fijo, en tanto él se concentraba en llevar a flote la conversación y yo me deleitaba con la idea de ponerlo nervioso. ¿Recuerdas la ocasión que me golpeó y casi me dejó estéril? Digamos qué era un poco rencoroso y necesitaba desquitarme.

Desinteresadamente, con ayuda de mis largos dedos marqué un lento y torturado camino que lo llevó al deceso. Noté que estiró el cuello y continuó hablando con mi abuela, dejando en claro que no estaba dispuesto a permitir que ninguna intromisión lo evidenciara. Me pareció extraño contemplar el dominio que sostenía.

Había algo intrigante en la forma que pretendía que nada sucedía, cuando la realidad es que sucedía todo.

Lo acaricié detenidamente, rozando por accidente, quizá más de la cuenta, su entrepierna. Tracé círculos alrededor, provocando, siempre provocando. Se bataneó de nuevo pero no me alejó. Entonces subí y bajé a lo largo de su muslo, aumentando la rapidez de mi pulgar para explorar cada rincón de piel que quedaba por descubrir.

Finalmente, después de hacerle perder el último ápice de paciencia empujó el vaso que estaba sobre la mesa, salpicándome de agua.

—Lo siento, lo siento —se disculpó enseguida pasándome la servilleta para secar el desastre que por obvias razones fue intencional—. Que tonto soy.

Así es como quieres jugar, ¿eh?

—No pasa nada —le aseguré mientras el mesero limpiaba el resto y apenas tuve la oportunidad lo fulminé con tanto odio que olvidé cómo respirar.

Todas las personas a mi alrededor me miraron. Incluida la abuela. Aclaré mi garganta, usando de escudo la sonrisa que me sacaba de apuros.

—¿Hawái? Según lo que recuerdo, te gusta celebrar tu cumpleaños en Beverly Wilshire, como todos los años —aproveché a retomar la conversación que fue interrumpida debido al incidente que mi estúpido esposo planeó.

—Me vendría bien un cambio de aire —aseguró ella.

Formé un surco en mis labios.

—¿En una isla?

—Es el último lugar que me falta visitar antes de morir —se limitó a explicar con aspereza.

Inevitable Odio |BL|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora