Capítulo 10

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—¿Qué haces aún aquí? Te vas a congelar —le dijo Ryder a Sheena desde el otro lado de la barandilla.

Últimamente pasaban bastante tiempo juntos, y a Sheena le apetecía más quedarse durante sus entrenamientos que estar sola en casa. Además, llevaba un par de días dándole vueltas a un asunto que la mantenía distraída de todo lo demás y quería intentar despejarse como fuera.

Ella se encogió de hombros jugueteando con la correa de su mochila, la cual había dejado entre sus pies al sentarse en las gradas.

Ryder le repasó la cara con la mirada, frunciendo el ceño, y saltó la barandilla para poder sentarse a su lado.

—¿Cómo que estás sola? ¿Víctor no se ha querido quedar contigo? —le preguntó sin dejar de mirarla.

—No, se ha ido directo a casa. Últimamente está un poco... Ausente, no se, a penas le veo. Siempre está solo o con Jean.

—Eso mismo te iba a decir. Desde hace varias semanas cada vez que intento acercarme a Víctor parece que me evita... Intento estar ahí pero no me deja. Entiendo que lo esté pasando mal, pero no podemos parar nuestras vidas por esto.

—Te entiendo, aunque a mí el que parece que me evita es Jean. Siempre me pone la excusa del trabajo, pero el otro día fui al bar y ni siquiera estaba allí.

—Déjame adivinar, ¿estaba en casa de Víctor? —inquirió Ryder con media sonrisa irónica.

—Eso me dijo su madre —afirmó Sheena —. No sé... Encima la última vez que tuvimos una conversación de más de dos minutos fue por una discusión.

—¿Puedo preguntar?

Sheena le restó importancia sacudiendo la cabeza.

—Fue por lo de siempre, que no quería que me metiera en la investigación. Ni siquiera le saqué yo el tema, se puso histérico él solito.

Ryder chistó la lengua y guardó silencio unos segundos, volviendo la mirada al frente. Eran las siete de la tarde y ya estaba todo prácticamente oscuro, los demás jugadores ya salían del vestuario para irse a casa y el entrenador se acababa de despedir de ellos con una sonrisa sincera al pasar por delante de las gradas.

Sheena observó el aspecto cansado de su amigo y sacó una barrita de chocolate que tenía en la mochila para ofrecérsela. Él abrió ligeramente los ojos al aceptarla, sorprendido porque le hubiera leído el pensamiento, y le sonrió como agradecimiento.

—¿Y tú? ¿No te estás congelando? —le preguntó ella al ver que no llevaba ni la sudadera puesta.

—Por si no te has dado cuenta, estoy sudando como un cerdo.

—Podrías resfriarte...

—La vida es dura —murmuró dándole un mordisco al dulce.

—Y hueles mal, deberías ducharte.

—Ya decía yo que la amabilidad te estaba durando mucho —dijo él señalando la barrita que le había dado. Acto seguido, se puso en pie y recogió su bolsa para colgársela de un hombro —. Me ducho y te llevo a casa, que hoy tengo yo el coche. Puedes esperarme dentro del vestuario, si quieres, ya no queda nadie.

—Quedas tú —recalcó ella tras aclararse la garganta.

—Bueno, pues espérame fuera, tiquismiquis. Lo decía para que no pasaras frío.

Sheena puso los ojos en blanco y acompañó a Ryder al vestuario para apoyarse de espaldas en la pared de fuera mientras esperaba a que se duchara. Tenía las manos y la nariz congeladas, pero no quería darle la razón al chico.

𝖯𝖾𝖼𝖺𝖽𝗈𝗌 𝖮𝖼𝗎𝗅𝗍𝗈𝗌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora