Capítulo 3

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Jonathan miró de reojo el cartel descascarillado que anunciaba la entrada a Rocky Bay con el número de habitantes prácticamente borrado. Tan solo bastó fijar la vista de nuevo en la carretera, que parecía estrecharse entre los árboles que no dejaban ver más allá, para que un escalofrío le recorriera la espalda.

Los nervios empezaban a instalarse en él. No de manera exagerada, pero sí sentía la necesidad de fumarse un cigarro... o dos, quizá. Así que para no fomentar más ese vicio culposo, le subió el volumen a la radio, a ver si su banda favorita conseguía tranquilizarle un poco.

No había tardado mucho en tomar la decisión, después de darle unas cuantas vueltas a la última llamada del comisario había decidido conducir hacia aquella especie de pozo sin fin tres días después, ese mismo jueves.

La comisaría no quedaba precisamente lejos de la entrada del pueblo, por lo que fue fácil encontrarla. No sabía si el jefe de policía estaría al tanto de su llegada, pero esperaba que sí; de esa forma se ahorraría tener que esforzarse por ser admitido.

Aparcó justo delante de la cristalera del edificio, y le extrañó no ver mucho movimiento dentro. Igualmente, ignoró a los dos agentes que charlaban tranquilamente en la entrada y fue directamente al mostrador de la recepción. Tras este había una mujer de mediana edad que se dedicaba a apilar folios con toda la tranquilidad del mundo.

—Buenos días —murmuró Jonathan al pararse frente a ella. Pero, para su sorpresa, la mujer no le devolvió el gesto, tan sólo se limitó a echarle una ojeada por encima de las gafas —. Necesito hablar con el jefe de policía.

—Creo que está ocupado.

—Es importante.

Ella lo miró amargamente durante unos segundos antes de suspirar, levantarse y desaparecer por el pasillo que tenía a sus espaldas. Un rato después, volvió a aparecer con un hombre bastante robusto y de pelo escaso pisándole los talones. Este se acercó al chico sin dejar de observarle descaradamente.

—Daniel Morin, jefe de policía. ¿En qué puedo ayudarle? —murmuró tendiéndole la mano una vez la mujer hubo regresado a su puesto de trabajo.

—Jonathan Gray, detective. Me han enviado para colaborar con el cuerpo de policía en la presunta desaparición de... una chica.

Daniel frunció el ceño; no parecía muy preocupado o interesado con la llegada de Jonathan. Sin embargo, sí parecía bastante enfocado en mirarle por encima del hombro.

—¿Que te han enviado? ¿De dónde?

—Georgia, el comisario de Atlanta me ha recomendado para el puesto.

—¿No queda un poco lejos?

—Nunca me he mantenido en un lugar fijo, este tiempo he estado por allí pero ahora han decidido trasladarme a Oregón. Y al recibir las noticias de lo que está pasando por aquí me han asignado el caso por cercanía.

—Ya... —Daniel le echó una ojeada de arriba abajo antes de añadir: —. ¿Por qué no hablamos mejor en mi oficina?

—Sí, claro.

Jonathan siguió al hombre por el mismo pasillo por el cual había aparecido segundos atrás, hasta que se paró frente a una puerta de madera oscura con un cartelito que señalizaba la oficina del jefe. Al entrar vio que la única iluminación era la luz natural que se filtraba por la ventana, y que tanto en las paredes como en el escritorio había unas fotografías familiares bastante encantadoras.

—¿No eres un poco joven para ejercer de esto? —interrogó Morin mientras se sentaba en la silla rotatoria de piel tras el escritorio.

—Bueno, mi padre también era detective y empezó a prepararme a temprana edad —explicó con una sonrisa algo forzada —. En fin, ya sabe como va esto.

𝖯𝖾𝖼𝖺𝖽𝗈𝗌 𝖮𝖼𝗎𝗅𝗍𝗈𝗌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora