El hermano más raro del mundo

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Capítulo 4

-¡Porque no me respondías a las llamadas?!- espetó mi madre al otro lado de la pantalla, con el ceño profundamente fruncido y la nariz arrugada -¿¡O siquiera a los mensajes?!--su cara estaba roja de la rabia.

Si, se me hace que lo va a entender más tarde que temprano. Llevamos hablando ya, varios minutos y no dejaba de preguntarme lo mismo.

-¿No vas a decirme nada?- sus ojos grises se abrieron incrédulos, para después entrecerrase enfadados.

-Si me dejas hablar, tal vez lo haga- me arrepentí de mis palabras en cuanto sus labios apretados se convirtieron en una mueca.

-¿Aparte de todo te pones irónica?- tanto su voz como su mirada derrochan indignación -Mira Ella, no me provoques. No sabes lo preocupada que estaba niña, y tu hermano no que...-

-¡Mamá!- la corté irritada. Había empezado a hablar a todo velocidad y apenas podía entenderla -El móvil...se quedó sin batería- mentí descaradamente. Pero en mi defensa, mis oídos ya no soportaban sus prácticamente, gritos y su falta de paciencia estaba empezando a afectar la mía.

-¿Crees que no me sé ese cuento?- protestó, y una de sus cejas doradas se disparó hacia arriba -Tu hermano lo usaba todo el tiempo cuando tenía tu edad. Lo sigue haciendo-

La contemplé unos segundos a través del cristal que nos separaba. Era una mujer ya, un poco mayor. Pero honestamente su edad no acompañaba a su aspecto: Tenía el pelo dorado; y a pesar de que siempre lo llevaba atado en un moño desaliñado -cómo ahora- era lacio y brillante. Su nariz, un poco respingona, y carecía de cejas. O tal vez no se le notaban demaciado, ya que poseían el mismo tono dorado de sus cabellos y el contraste con su piel blanca no le ayudaba mucho. Parecían camuflajearse y volverse Invisibles. En otras palabras, era hermosa.

Yo, por otro lado, era todo lo opuesto a ella: Cabellos castaños; ojos color avellana, piel bronceada. Y un montón de lunares adornaban mis mejillas, que bajaban por el cuello y desembocaban en mis hombros. En otras palabras, una copia de mi padre...

-Pues no es ningún cuento eh, te estoy diciendo la verdad- adapté la expresión más neutral que pude encontrar en esos momentos.

-Isabella soy tu madre, se que te tocas el cabello cuando estás mintiendo- fruncí el ceño, confundía. Al menos hasta que miré a través de la cámara frontal y vi que me estaba manoseando uno de mis flecos ondulados.

Aparté la mano bruscamente y me aclaré la garganta, incómoda. Me acaban de pillar.

-Mamá...- empecé pero ella me cortó con un gesto de la mano.

-No me gusta que estemos tan lejos Ella- comentó, está vez con un tono de voz mucho más suave. Olvidándose de su enfado momentáneamente.

Suspiré y aparté la mirada del teléfono para clavarla en la manija de la puerta. Deseando que volviera a enfadarse.

-Pero eso no quiere decir que no me alegre por ti- una de mis comisuras se levantó hacia arriba, sin mucha fuerza -Me siento muy orgullosa de que estés persiguiendo tus sueños-

-¿Pero?- volví a mirarla. Esbozó una pequeña sonrisa triste.

-Te voy a echar de menos- su voz se volvió más suave todavía, incluso nostálgica.

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