El inicio de todo

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Capítulo 12

Esa mañana estaba más idiota que de costumbre, y nada podía llegar a molestarme más que no poder centrarme en lo que hacía.

Cuando derramé por cuarta vez un chorro de café al intentar servirme en una taza casi me entran ganas de mandar a la mierda la idea de desayunar. Lo que hago en su lugar es dejar la tetera de cristal sobre la encimera con un gesto seco, apretando los labios y el mango de ésta con fuerza.

-Hoy no estamos de buenas ¿eh?-

Si, el muy gilipollas estaba pasándoselo en grande, viendo mis fallidos intentos de llenar una taza sin derramar nada fuera.

Bastante patético, lo sé.

Mierda, ¿Que me estaba pasando?

La respuesta a esa pregunta tenía nombre y apellido.

Pero si no sabes su apellido

Nota mental: averiguar su apellido.

Ajá, por fin usamos el internet para algo más que para esa página que tanto miras.

¡Esa página está buenísima!

Pero Ella lo está más ¿A que si?

-¡Diego!-

La voz de Taner me sacó de mis pensamientos tan abruptamente que di un respingo, derramando por cuarta vez el maldito café, acabando por completo mis ganas de tomármelo.

-Joder- mascullé en voz baja, echándome hacia atrás para evitar enbarrárme con mi propio desastre.

-¿Se puede saber que te pasa?- Taner parecía contraído, como si no supiera decidir entre si reírse o preocuparse.

-Nada- mentí, dándole la espalda para agarrar unas cuantas servilletas.

Si la señora Soto veía el desastre que había armado en el mármol brillante que día tras día tenía que limpiar, probablemente ahora no estaría vivo.

Mientras tanto, Taner siguió observándome desde el otro lado de lado, en la mesa. Estábamos solos en la cocina, había llegado hace más o menos una o dos horas.

-¿Que?- espeté a la defensiva, cuando la intensidad de su mirada se volvió insoportable.

El no contestó, se limitó a encogerse de hombros como si intentara desentenderse de mis palabras. Pero no dejó de mirarme, nisiquiera cuando agarró del plato una tostada y comenzó a untarle mantequilla.

Intenté centrarme en lo que tenía delante, pero al escuchar la fuerza y la lentitud con la que mordió el pan llegué al límite. Cerré los ojos y procuré no chirriar los dientes antes de dejar el teléfono en la barra con un suspiro.

-Suéltalo de una vez- lo insisté, exasperado porque no paraba de observar cada uno de mis movimientos.

Sabía lo que iba a preguntarme incluso antes de que lo dijera, también sabía que no sería capaz de responderle, pero sobre todo, sabía que no iba a aguantar ni un segundo más bajo el silencio y la presión de su mirada.

A La Orilla Del Mar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora