Ecuadrón ilegal secreto

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Capitulo 10

Mis primeros días en la universalidad transcurren con normalidad. Es decir, con toda la normalidad que eso conlleva. Mi reloj estaba programando para la siete y cincuenta aunque siempre me levantaba a las ocho y por consiguiente llegaba tarde a la clase de el señor Drake, aunque este nunca me reprochaba. La verdad es que tengo mis dudas sobre si se daba cuánta o no de cuando entraba en el salón. Siempre estaba de espaldas centrado en el pizarrón y, además de padecer de una leve cegera, creo que también tenía problemas auditivos.

Después del horario matutino, almorzaba en la cafetería con los chicos, que se la pasaban discutiendo entre sí o gastándose bromas pesadas. Eran como perro y gato. Cualquiera que no los conociera diría que se odiaban mutuamente, pero yo sabía que no era así. A pesar de que, en efecto, discutían la mayor parte de sus vidas, se adoraban uno al otro. Por lo que se, eran amigos desde hace mucho más tiempo del que los conozco.

La clase del señor Stom se había reprogramado para la tarde, lo que la volvía todavía más pesada. Biliey y yo la odiabamos. El se quedaba dormido la mayoría de las veces, consiguiendo así, una regañina. O en el peor de los casos, lo sacaban del salón. Pero eso para el era cómo volver a respirar, creo que lo hacía de manera intencional. Yo por otro lado, me esforzaba en mantenerme concentrada y en silencio, lo menos que necesitaba era echarme un profesor en contra. Pero cada vez era más difícil resistir a mis impulsos de estampar la cabeza contra la madera de la mesa queriendo desaparecer. El resto de las clases eran más soportables, y estando con Biliey en casi todas, me parecían incluso divertidas. No le había mencionado nada acerca de Mily, que a diario saludaba en la resección. Cada vez se me hacía más evidente el hecho de que era su madre.

Con Katte era diferente, en el día apenas y nos cruzábamos en otro horario que no fuera el del mediodía. Las clases de Literatura eran al otro lado del campus y por lo tanto, vernos era una tarea muy complicada. Sin embargo, en las noches pasábamos mucho tiempo juntas, ella venía a mi habitación y se dedicaba a revisar mi armario mientras platicábamos y nos poníamos al día. Era divertido ver las caras que ponía cada vez que encontraba algo «Alucinante» entre mi ropa. La verdad es que tenía un estilo muy diferente del mío, pero aún así se ponía la prenda por encima, sin sacarla del gancho y se miraba en el espejo, imaginando como le quedaría puesta. Me divertía mucho con ella.

En otras ocaciones, yo la visitaba a su habitación y veíamos alguna peli de miedo mientras nos hacíamos con un paquete de snak de la máquina expendedora del pasillo. De vez en cuando, Biliey se nos unía y era mucho más divertido. Katte soltaba un grito cada vez que la película daba un susto y Biliey se reía abiertamente de su desgracia. Yo solo miraba la pantalla con asombro. Antes de venir aquí tenía un par de amigos, pero nunca había hecho esta clase de cosas. Pasar tiempo juntos, crear momentos que recordar, es lo más bonito de la amistad. Sin embargo, nunca me había sentido tan cómoda con ninguno, al menos, no como me ocurre con Katte y Biliey. Era bonito saber que ahora yo también podría crear esos recuerdos.

Estábamos a viernes en las últimas horas del día, aún me quedaban dos clases por delante, la del señor Drake y la extra de teatro. No voy a negar que me sentía un poco nerviosa al respecto. No había vuelto a ver a Diego desde el lunes y ya habían pasado tres días desde entonces. Sé que no tengo porqué querer verlo, pero yo misma me había descubierto paseando la mirada por el patio trasero y pasillos en busca de sus ojos. Tampoco habíamos vuelto a los mensajes desde aquella vez. Muchas veces sentí el impulso de tomar la iniciativa pero siempre terminaba alejandome del móvil como si fuera la mayor tentación de mi vida, la cual necesitaba evitar. Justo entonces, mientras caminaba en dirección al salón de clases, el aparto tintieno con la llegada de un nuevo mensaje, pero yo sabía que no era el. Llevaba así durante todo el día, las notificaciones se acomulaban en la barra de forma esterepitosa, ya tendría como treinta sin leer. Procuré sujetar con fuerza los cuadernos que llevaba en una mano para echarles un pequeño vistazo.

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