Prólogo | Jennie Kim

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Cuando Jennie tenía siete años, su madre la llevó con ella a su lugar de trabajo.

Recuerda que no podía dejar de mirar a las mujeres con sus bonitos trajes y joyas. Ni apartar las manos de la suavidad de las plumas que colgaban de sus sombreros, ni apartar la vista de los productos cosméticos esparcidos por los grandes tocadores; espejos con bombillas redondas integradas en los laterales para iluminar lo más posible a las señoritas que se pintaban la cara antes de sus magníficas actuaciones.

Recuerda el ritmo lento y sensual de la música que entraba en el camerino procedente del escenario situado a un pasillo de distancia. Recuerda que las mujeres parecían tener cada una su propia canción. Su madre parecía tener la canción más sensual de todas, y las mujeres del camerino le besaban la mejilla y le gritaban cosas bastante promiscuas antes de salir. Y también recuerda como su madre sonreía pícaramente a las mujeres, les guiñaba un ojo y se marchaba.

Lo recuerda todo como si hubiera sucedido ayer.

Jennie no debía estar en un club de cabaret a la tierna edad de siete años, pero su madre hizo lo que pudo como madre soltera sin un hombre que la mantuviera y sin padres a los que acudir.

Técnicamente sí tenía padres, pero eran borrachos y las únicas veces que Jennie se quedaba con ellos era cuando su madre se aseguraba de que sus padres estuvieran sobrios y no hubiera alcohol en la casa.

Hoy Jennie debía quedarse con ellos, pero cuando madre e hija llegaron, fueron recibidas con el repugnante y potente hedor del alcohol.

La madre de Jennie no dijo ni una palabra. Tomó suavemente la mano de su hija entre las suyas y salió del apartamento de sus padres dando un portazo.

Así que Jennie la acompañó y fue recibida en el camerino como si se tratara de la hija de todas, la sobrina y la hermana pequeña de todas. Se sentó con las bellas damas, viéndolas ayudarse unas a otras; ayudándose a rizarse el pelo, pintándose las uñas y coloreándose los párpados con brillantes sombras de ojos de todos los tonos y colores.

Ahí empezó su amor por el cabaret.

Nunca la dejaron ver un espectáculo, hasta que cumplió dieciocho años y su madre por fin le permitió ver una representación.

Se había sentado al fondo del club con una de las mejores amigas de su madre, y recuerda ver como las mujeres del escenario se movían al ritmo que ella había oído tantas veces. Las luces del escenario golpeaban justo sobre sus cuerpos. La gente aplaudía y a veces silbaba.

Pero, sobre todo, Jennie recuerda cómo se sentía cuando veía los bailes; cuando veía todas las actuaciones en aquel pequeño escenario de madera. El mismo escenario cubierto por pesadas cortinas azul marino hechas de terciopelo; el mismo terciopelo por el que Jennie había pasado las manos varias veces cuando el club estaba cerrando y su madre le permitía ir a ayudar a recoger los pétalos de rosa que estaban esparcidos por el escenario debido a su actuación.

La sensación de asombro y fascinación le quemaba el pecho como un incendio; sentía un torrente estimulante que le recorría las venas como electricidad estática.

Fue entonces cuando su amor por el cabaret pasó de ser una simple curiosidad a un amor más intenso que cualquier otro que hubiera conocido en su joven vida.

Jennie decidió, en ese mismo momento, que eso era lo que ella también quería hacer.

Aunque a su madre no le hizo mucha gracia 一 diciéndole que quería un futuro mejor para ella 一 acabó accediendo y le prometió que la apoyaría de todo corazón. Le enseñaría todo lo que sabe. Si esto era lo que Jennie realmente quería, ¿quién era su madre para interponerse?

VENOMOUS┃ JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora