Capítulo Ocho

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¿Ya hablaste con Jake?—inquirió Yongbok al teléfono, tirando de su propio cabello.  Su respuesta no fue más que un largo silencio.

— Janice, tienes que decirle que borre las fotos—insistió—. Dile que haré lo que sea, no me importa. Solo quiero que elimine todo y terminar con esto de una maldita vez.

Se dio vuelta sobre sí misma en la cama, con los ojos fijos en el techo de su habitación. Aún no se acostumbraba a la amplitud del lugar. En su casa en Seven Hills solo debía pararse sobre la cama para tocar el cielo raso con los dedos estirados. Aquí no. Todo en la casa de sus tíos era enorme. Incluso su hijo idiota.

— No creo que sea posible comunicarme con Jake ahora mismo. Felix, estoy usando el teléfono de la casa—Janice redujo el tono de su voz anulada y se dejó oír el zumbido de una podadora al fondo—. Sin mi celular estoy incomunicada, y papá no me lo dará hasta que se le pase la rabia.

— Entonces ve a su casa. O llámalo después de mí—Entonces, su voz se volvió monótona y fría—. Tú le enviaste mis fotos sin mi permiso, así que encárgate de que las borre.

Se llevó una mano a la frente y masajeó con cierta brusquedad, tratando de conciliar al antiguo y hermoso Jake con el idiota que era ahora. Hacía unos meses le había parecido el tipo más encantador que hubiera conocido . ¿Quien le hubiera hecho creer que terminar su noviazgo con él le iba a costar esto?

<<Maldito manipulador.>>

— Le pediré a mamá que me preste su laptop y denunciaré las publicaciones con más visitas—replicó Janice, insegura—. Sé que no es mucho, pero de momento no puedo hacer más. Y aún así no es tan sencillo: aunque lograra que Jake borre tus fotos de Twitter, ya muchos lo habrían descargado y hecho réplicas de ella—de repente, hizo una pausa inesperada. Sonaron unas voces adultas regañándola, y después de una breve negociación, desaparecieron—. Es peor porque todos te conocen, Lix. No te van a soltar por un buen rato.

Eso era cierto. Yongbok no podía cerrar los ojos tranquilamente. En cuanto lo hacía, veía las linternas de varios celulares que le cegaban la vista mientras se echaba una botella de vodka sobre el pecho, escuchaba risas que se diluían con el retumbar de la música y luego todo se desvanecía hasta convertirse en la lamparita nocturna que iluminaba su habitación. La imagen cambiaba, y ahora su madre la esperaba allí.

<<Estoy acabada—recordaba haber pensado, el corazón aleteando fuertemente en su pecho —. Estoy acabada. Y una vez más es mi culpa.>>

— No puedo prometerte que todo se eliminará. No puedo hacer tal cosa—murmuró Janice—, solo sé que al menos hay muchos que están defendiéndote y pidiendo que bajen tus fotos. Hay otros que están creando hashtags positivos que alaban el empoderamiento femenino—eso la hizo fruncir el ceño—; dicen que no hay nada de malo en que una chica muestre sus pechos cuando incluso en la moda se les permite a los chicos. ¿No es alentador? Quizás al fin de todo esto te conviertan en ícono del feminismo, o la cara principal del vodka…

Feminismo.

¿Qué?

Resultaba desalentador que hubiera todo un océano de distancia entre sus manos y las greñas rojizas de Janice, porque le urgía arrastrarla por todo Seven Hills a la luz del sol.

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