Capítulo Once

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La niña que veía la televisión junto a él no era tan diferente de los niños de su escuela.

Era muy escandalosa, y solo sabía echarse a llorar para pedir las cosas en lugar de usar palabras.

— ¿Qué quieres, Bok, qué quieres?—Chan le enseñó ambas manos para que comprobara por sí misma que no había nada que pudiera desear de él—. No tengo nada, ¿Ves? Na. Da.

Pero la niña solo hizo un puchero, sus ojos llenándose de lágrimas doloridas.

La televisión sonaba de fondo mientras Minho, Jisung y HyunJin se involucraban en la cocina junto a las señoras, los habían dejado en el salón principal para que no se aburrieran. Changbin se arrastraba detrás de aquella chica de audífonos enormes y SeungMin hablaba con el abuelo en la chimenea. De modo que los niños se habían quedado solos.

Yongbok se echó a llorar. Se cubría la cara con ambas manos, pataleando sobre la alfombra como un borrego.

— ¡Tienes una galleta escondida bajo la almohada!—rugió sin detenerse—. No quieres compartir conmigo. ¡Mamá dijo que debíamos compartir!

La mirada de Chan viajó rápidamente a la cocina, con miedo de que alguien viniera y lo regañara por su culpa.¿Qué le diría Minho si veía a Yongbok llorando? Se puso el dedo índice en los labios.

— ¡Shhh!—la acalló—. No es una galleta, es un coral venenoso que me trajo Changbin hyung de la playa, ¿Acaso quieres que te pique?

— Mentiroso—YongBok lloró aún más fuerte—, mentiroso, eres un niño malo... No me quieres.

Y él solo pudo poner los ojos en blanco, suspirando cansado.

Se puso en pie con ayuda de ambas manos y fue hasta el sillón, levantando la almohada bajo la cual reposaba la última galleta. No quería dársela, ella se había comido la mitad de lo que había en el plato y era injusto, pero Chan entendería esto mucho después.

— Shh, ya deja de llorar, niña—Fue a sentarse dónde ella se retorcía en el suelo y llamó su nombre enojado—. Te la voy a dar, pero solo si cierras la boca, ¿ok?

Ella detuvo su llanto al oír la tentadora oferta, y rápidamente se descubrió la cara roja e hinchada, ahora sonriendo. Vaya, sí que era buena fingiendo. Chan anotó mentalmente no volver a confiar en ella.

— ¿Y-ya ves que no era un coral? Me mentiste—ella lo miró furiosa—. Pero... Bueno, dejaré de llorar. ¡Dámela, oppa!

Se giró hábilmente sobre sí misma con una sonrisa mocosa y gateó hasta estar entre sus piernas, el cabello cayendo sobre sus ojos alegres. Él le mostró la galleta en lo alto.

¿Te vas a callar?

— ¡Sí, sí!—Yongbok aplaudió con sus manos enanas, y sacudió la cabeza como un cachorrito.

Chan amaba a los cachorritos.

— Bien, entonces te la has ganado, Bokkie-ah—Por lo menos había dejado de lloriquear, pensó. Bajó la mano y le entregó el tan ansiado aperitivo—. ¡Ñam, ñam! Come.

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