Capítulo Doce

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Chan se despertó en la madrugada con una maldición en la boca. No esperó más y salió de la cama, estirándose, y se encaminó al baño como usualmente. Se detuvo a mirar la ventana un momento, la tenue luz matinal se colaba entre las cortinas de seda gris. Con el violento ascenso en las temperaturas, no era aconsejable salir a correr, además de que ya se le había hecho tarde.

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Yongbok despertó en la madrugada y maldijo automáticamente. Observó el alto techo abovedado durante un largo rato, preguntádose perezosamente qué hora sería. La luz del amanecer apenas la dejaba distinguir sombras y formas. Se dió un impulso para ponerse en pie, mareandose, y se dirigió a la ducha para quitarse el mal genio. Era inusualmente temprano.

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Tomó la camiseta sin mangas y metió primero la cabeza. Le dió un par de vueltas en su cuello, tratando de encontrar el hueco de los brazos, y procedió a introducirlos. Después se pasó la camisa blanca de botones por los hombros y se la puso rápidamente. Cuando abrochó el botón más próximo a su cuello, continúo con la corbata.

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Aún envuelta en la toalla, sacó un pantalón de pijama de su maleta y lo lanzó a la cama. Hurgó entre brasieres hasta encontrar el más cómodo. Lo lanzó al mismo lugar, como también una camisa negra holgada que estaba medio arrugada y un par de medias de pochaco. Al terminar, se deshizo de la toalla, empezando a vestirse.

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Chan abrió la puerta de su habitación. El pasillo estaba desierto.

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Yongbok sacó medio cuerpo de la puerta. No había nadie en el pasillo.

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Avanzó tranquilamente hasta el corredor al que convergían todos los pasillos de la segunda planta, sin nada en la mente. Estaba tan exhausto que no podía pensar en nada coherente. La noche había sido corta, demasiado, y tenía la cabeza sobre calentada y las extremidades entumecidas. Al menos era viernes.

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Se deslizó por todo el pasillo entre bostezos y estiramientos, sin lograr conectar ninguno de sus pensamientos matutinos. La noche había sido larga, tanto, que su cuerpo desorientado llegó al nudo de la segunda planta con los ojos medio cerrados, el alma aún en la cama. Por desgracia, era viernes.

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— Buenos días.

Chan estaba por llegar al primer rellano de las escaleras cuando oyó esa pastosa voz a su espalda. Detuvo sus pasos. Miró por encima de su hombro antes de poder pensarlo, y su mirada captó a su prima bostezando con una mano en la boca, la otra en el barandal de madera y los ojos apretados.

Vaya, vaya.

Yongbok abrió los ojos mientras empezaba a bajar cuidadosamente. Cuando se dió cuenta de a quién saludaba, los ojos hinchados se le abrieron cuan grandes eran. La mano que tenía en torno al barandal se apretó.

— Chan.

Él solo la miró de soslayo sin mutar la expresión. Concorde al paso de los días, encontrarse a su prima en los momentos más inesperados pasó de ser una sorpresa a una rutina casi necesaria para dar el día por iniciado. Ahí mismo, parecía medio dormida, medio despierta, pero ese pijama no era el mismo con el que se había ido a la cama la noche anterior. Estaba recién bañada, peinada. Volvía a optar por la ropa holgada para estar en casa.

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