Capítulo Seis

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Los días en que Chan se consideraba un hombre sumamente desafortunado comenzaban a adquirir una frecuencia alarmante en su vida. Ese día era uno de ellos.

Fuera de casa, sus responsabilidades como estudiante vagaban entre una rutina sencilla y otra, nada fuera de lo común. Chan se despertaba a primera hora del día para salir a correr, llegaba a tiempo para tomar el desayuno y se iba con su chofer antes de que padre se lo indicara. Entender las clases no suponía un gran reto siempre y cuando se trataran de un tema en el que estuviera altamente cultivado, y en las evaluaciones depositaba un poco más del esfuerzo habitual para obtener una calificación aceptable. Luego estaban sus responsabilidades como hijo. Chan era plenamente consciente de que poco iba a avanzar en sus metas personales si primero fallaba a las de sus progenitores, de quienes dependía de manera irremediable e indefinida. Cumplir con sus expectativas en la mayoría de las veces le garantizaba tener el camino libre para realizar su vida a su gusto. Incluso abría camino a la posibilidad de que Jisung accediera a trasladarlo de colegio el año próximo. Aquel era un punto a ganar al cual no estaba dispuesto a renunciar.

Chan lo comprendía bien pero, ciertamente, se había precipitado en sus suposiciones, ignorando todo lo que “dar la talla” englobaba.

Pedirle que tendiera el puente con Yongbok era una de esas cosas que su padre sugería y con las que Chan volvía a preguntarse <<¿pero qué más quieres de mí, por un demonio?>> ¿No era suficiente con exigir de él un rendimiento académico bastante formidable? ¿Con que fuera un chico de casa, silencioso y ejemplar, cuyo único propósito en la vida era arrastrarse hacia su propia paz?
¿De dónde se sacaba qué él, precisamente Chan, podría acercarse a su prima para ser amigos y, más estúpido aún, bajo la premisa de que era una niña tímida y necesitada de compañía? Aquella petición era de magnitudes descomunales. Le estaba grande. Fuera como fuera.

<<Puedes hacerlo, Chan. Eres astuto, eres capaz, eres hombre— Llevaba toda la semana mentalizándose para este momento. Podía darle la bienvenida a sus tíos con la mayor de las formalidades y desearles una estadía cómoda y placentera. Podía ofrecerle a Yonbok un saludo rápido y distante e ignorar su presencia hasta que partieran. En caso de coincidir, había concluido tratar con ella de manera superficial y escueta. Era lo más conveniente para él. Para ambos—. No es más que una chiquilla. Lidias con cosas peores todos los días.>>

Podía hacer esa última cosa por sus padres y volver a cerrar la boca por el resto de su vida. Hundir la nariz en uno de sus libros y leer a puerta cerrada hasta que amaneciera.

Podía con eso, lo que no podía concebir era llegar a casa y que lo primero de lo que se enteraba era que aquella niña (porque eso es lo que era: una chiquilla mocosa insufrible que ni siquiera había acabado de crecer) fisgoneaba libremente entre sus cosas sin su previa autorización. Como si llevaran toda una vida habitando bajo el mismo techo, cultivando esa confianza que ahora ostentaban y de la que a Chan nadie le había avisado. Como si llevar el apellido Bang, al igual que él, al igual que sus padres, le confiriera el derecho innato de llegar a su hogar y poner las manos dónde pusiera el ojo.

Qué insoportable. Ni bien había llegado y ya estaba dando guerra.

Percibió el calor bullendo en su pecho. La sangre fluyendo a mayor velocidad bajo sus venas a medida que atravesaba la casa a paso vivo y la señora Yonsuk lo seguía. La anciana se disculpaba con él en todos los idiomas conocidos y por haber, excusando a “la señorita Yongbok” tras no haber intervenido. Se oía lejana.

¿Papá se iba a enfurecer? Probablemente. Nada nuevo.

¿Mamá estaría decepcionada por su mal comportamiento? Seguro, pero contentarla era tan fácil como decirle que tenía una piel brillante ese día o que aquel tocado resaltaba sus pómulos.

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