Capítulo Diez

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— ¿Tus manos encima de mí eran tan necesarias?

Chan suspiró tan sonoramente como pudo. Otro día más con Yongbok.

— Evitaba que volvieras a precipitarte al suelo, malagradecida—replicó—. Te dije que era alguien atento.

Su prima soltó una risa seca que atrajo las miradas de varios desconocidos. Aquellos quienes los escrutaban sin discreción circundaban las aceras en absoluto silencio, como debían. Ojalá Yongbok tuviera una manera más decente de decir las cosas, porque a como se oía, hasta él se perturbaba.

— Vaya bondad la que te ha inundado—se mofó Yongbok, y Chan tuvo que secundar su risa—. No sabía que hasta yo podía ser blanco de tus atenciones.

— Solo para que veas cómo me apasionan las sorpresas. Sigue hablando y te volveré a sorprender.

Le guiñó un ojo antes de volver a desviar la vista, apretando el paso. Hacía frío fuera en las calles, a diferencia del restaurante, así que Chan metió las manos en los bolsillos de su abrigo y decidió no malgastar más calor en ella. Yongbok, por supuesto, seguiría rumiando el tema hasta alcanzarle el hueso, porque era una necia y una parlanchina y Chan había sido tan desvergonzadamente imprudente como para ayudarla a salir ilesa del restaurante. Que hablara lo que quisiera. Él había tenido que renunciar a su amado tofu por procurar su comodidad (y la de su madre, primordialmente), y ahora tenía que soportarse sus niñerías.

Pues bien, ¿qué había hecho mal entonces?

— Aprecio mucho tu disposición altruista para con los demás, pero no debería importarte en lo absoluto si me caigo o no—la voz de Yongbok resonó por toda la calle otra vez. Estaba enfadada y se notaba en su tono—. No recuerdo haber solicitado tu condescendencia. ¿Te di a entender lo contrario?

Tenía un espíritu independiente, había que reconocer. Aunque a Chan aquello le despertaba poco interés.

— Hay suficiente calle aquí para que te caigas libremente, adelante. Francamente no me importa—bufó—; no estaba siendo condescendiente contigo—Enseguida, con vergüenza, se dió cuenta de estaba cruzando las calles de Seoul y traía consigo a una pequeña bestia enardecida. ¿Qué espectaculo estaría ofreciendole al mundo? Su mirada viajó a las personas curiosas que los veían de refilón mientras pasaban—. Tengo una madre a la que agradar, entiendo que eso sea complejo para ti.

Les dedicó a los espectadores una inclinación de cabeza, a modo de disculpa, y Yongbok solo pudo poner los ojos en blanco.

— Agradecería que satisfacer las expectativas de mi tía HyunJin no implicara que fueras un completo idiota—masculló—. Y que te mantuviera a varios pies de distancia de mí, si fuera posible.

Otra vez con aquello. Chan suspiró, cansado.

Haber emprendido camino a la salida de GwangHwamu había implicado que caminara muy cerca suyo, casi pecho contra espalda, así que no se le ocurrió otra manera de supervisar sus movimientos sino sosteniendola del brazo y de la cintura al menos hasta hallar un claro. De aquel modo, no se tropezaría con sus pies dado el reducido espacio de movilidad dentro del restaurante.

Claro que había tomado esa ventaja para olerle el pelo y darle una respuesta a su incógnita, pero, esencialmente, había sido una medida precavida ante una inminente desgracia (¿Le olería rico el pelo, ahora que al fin se había bañado? Sí, olía precioso). En su opinión, debería estar agradecida.

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