CAPITULO 9

92 6 26
                                    

Cuando termina de leer la carta, busca nuevamente en la gaveta y solo encuentra su argolla. Y ahí está él, con las argollas en su mano, esas con las que un día hace seis años sellaron su compromiso, su amor, su promesa de estar juntos siempre.

Su pecho se siente apretado, no puede respirar, no puede dejar de pensar en todo lo que hizo. En el dolor que debió sentir Louis cuando encontró esos documentos que cobardemente hizo a sus espaldas. Suelta un sollozo fuerte. Llora, llora por haber sido débil, por haberse dejado deslumbrar por otra persona, por haber olvidado su compromiso, por no pensar en el daño que su egoísmo iba a causar. Llora porque perdió a la mejor persona que ha conocido jamás. Por sus niños, a quienes prometieron amar y cuidar siempre. Por sus errores, por su estupidez.

Después de varios minutos de llorar desesperadamente, sabe que en este momento no tiene sentido salir en busca de su esposo y los niños porque, ¿a dónde ir? ¿A quién preguntar? ¿Dónde debería buscarlos? No tiene idea de nada. El dolor y el sufrimiento llenan su ser, no hay espacio para respuestas porque no las tiene.

Va a la habitación e intenta dormir, pero mientras, no está mal llorar para desahogar todo lo que siente.

Al día siguiente, procura hacer su vida normal. Va hacia su trabajo, intenta concentrarse. En algún momento y no porque lo esté esperando sino que le llama la atención que el chico por quien todo se le fue a la mierda no haya aparecido por su oficina. No lo extraña, de ninguna manera. Es sólo que con lo intenso que es, se le hace muy extraño que no se haya dejado ver exigiendo su atención. Es mejor que no lo haga, pero no deja de parecerle extraño.

En la tarde, después de la hora del almuerzo, decide salir porque ha terminado con su trabajo, como un imán o talvez por costumbre, y puede que sin ser muy consciente de eso, se dirige hacia el apartamento del chico. Cuando se da cuenta de en donde está, decide que no perderá el viaje y cortará todo con Chris. No pierde las esperanzas de volver con su esposo, ex esposo, y sus hijos.

No sabe lo que quiere encontrar pero en todo caso no es lo que en realidad encontró. Al tocar la puerta, un Chris, despeinado y en bata lo recibe. Se nota nervioso, pero a Harry le da igual. El chico no le permite pasar, se ubica en la puerta que no abre totalmente, como si estuviera escondiendo algo. Harry intenta empujar la puerta, tiene derecho, este apartamento se lo regaló él, así que... Pero no lo invita a pasar. Se queda mirándolo nervioso y sin saber qué decir, hasta que finalmente es Harry quien habla.

–Hola Chris, ¿puedo pasar?

–Ehm, no, no eh... estoy algo... ocupado.

–¿Estás ocupado? ¿Y en qué estarías ocupado? Yo estoy afuera.

Suelta una sonrisa tonta pero se sonroja.

–Hazz, es que llegaste en un mal momento, es... mi madre... está... adentro. Pero Harry no le cree, esos nervios no son solo por su madre, está seguro. Empuja suavemente pero con firmeza la puerta para obligar al chico a abrirle.

–Déjame pasar Chris, tenemos que hablar.

–¡Ay amor! Yo sé que lo que vienes a decirme es que ya estás divorciado, pero por favor amor, es... mi madre y ella... no sabe nada de nuestra relación.

Cada vez es más claro que el chico miente y no le piensa dar el gusto de verle la cara de estúpido. Sabe que la tiene, pero eso es otra cosa. Con tono enojado se dirige nuevamente al chico, tiene que entrar y descubrir qué es lo que está pasando.

–¡Chris! No lo voy a repetir. ¡Déjame pasar! Te aseguro que no me iré hasta que hablemos. –Logra abrir más la puerta, y se queda pasmado. Ahí en la sala del apartamento, está nada más ni nada menos, que uno de los empleados del Consorcio, Daniel Brown. Y también está semidesnudo, no necesita preguntar qué está pasando, porque es claro.

YOU PROMISED ME FOREVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora