Desde aquella noche que los había descubierto en pleno acto (o mejor dicho final de acto), Matías no había podido volver a ver la cara de la hermana de Enzo sin sentir la sangre recorrerlo y endurecerlo. Tampoco podía ver a Felipe, puesto que lo había visto primero, y se había encargado de burlarse muy gráficamente.
Se preguntó si era tan toquetón con ella siempre, ya que no notó ni sorpresa ni molestia en la cara de Enzo cuando la mano de Felipe aterrizaba en su cadera y bajaba a reposar en el cachete de su culo revestido por minifaldas. ¿Acaso a ella no le molestaba lo pervertido de su novio?
A él le molestaba. A él le molestaba porque se sentía tan perverso y sucio como Felipe, con la diferencia de que Felipe estaba más que contento de expresar esa vulgaridad única y exclusivamente con su novia, y Matías no podía descargarse con Male de la forma en lo que lo hacía con su mano, necesitado de las paredes gomosas de una ajena.
Una ajena a la que había rechazado incontables veces. Una ajena a la cual su mente depravada le encantaba generar fantasías con tan solo sus gemidos pornograficos y esa simple vista de su rostro lloroso y rojo de placer.
No, no podía hacerle eso a Male, pero no podía evitar sus pensamientos sucios. Se negaba a engañar a Male, quizá porque una parte de él sabía que aquella mujer que inundaba su cabeza jamás sería capaz de engañar a Felipe, quizá porque la otra parte amaba mucho a Malena, su novia de años, la cual siempre lo había respetado a pesar de su relación abierta.
No, no podía ni iba a hacerle eso a ella.
Pero tampoco podía evitar ponerse raro, aceptar la sugerencia de una noche romántica solo para terminar reproduciendo la imagen de ella sollozando de placer. Male no se quejaba, pero sabía que no le venía gustando su actitud extraña, puesto que Matías jamás había sido así.
Matías, también, jamás había tenido segundos pensamientos sobre la ajena. Pero ahora sí. Las cosas podían cambiar con un simple chasquido de los dedos de Dios, ¿no?
Una simple noche le había llevado a estallar. La última noche para ser exactos.
Ya venía estresado, completamente frustrado entre sus cabezas, enfadado consigo mismo, pero mucho más con Felipe. Con Felipe y sus sonrisas arrogantes que nadie más que él veía; con sus manos que, como serpientes, vagaban por el cuerpo de ella y la sostenía firmemente en su regazo, sentándola como si de un trono se tratara; con ese secreto sucio que ambos compartían y ninguno estaba dispuesto a dejar ir.
