15 ; valentino alonso

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—Tino, quinta llamada que te dejo, perdón —murmuré frustrada—

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—Tino, quinta llamada que te dejo, perdón —murmuré frustrada—. ¿Me levantas cuando llegues a casa? Ya me cansé de esperarte. Nada, era eso. Te amo.

Corté el mensaje para el buzón, dejando caer el celular a mi costado con un bufido. Rocé, en un intento de tranquilizar mis nervios, mi vientre abultado.

Una embarazada de siete meses llena de nervios por un marido que no responde las llamadas era una mezcla que a ninguna mujer le gustaría: pero así estaba pasando yo mi viernes.

No me molestaba que Valentino saliera con sus amigos: solo salían a un barcito, charlaban sobre futuros proyectos, y luego volvía a un horario normal. Además, su salida me había dado la libertad para tener una pijamada con Francisco, mi mejor amigo desde que lo conocí gracias a Valentino.

El problema es que eran las cuatro de la mañana ya, cuando se suponía que volvería a la una a más tardar. No era toxicidad: al principio sí me había enojado un poco, pero ahora era absoluta y pura preocupación porque ninguno (ni Valentino, ni Felipe, ni Simón) respondían las llamadas.

¿Les había pasado algo? ¿Estaban en un buen estado? Puchereé, frotando mi panza durante unos segundos más.

¿Estaría bien dormirme? Estaba más que cansada, pero dormir sin los brazos de Valentino alrededor mío ya se sentía incorrecto, algo raro a lo que había dejado de estar acostumbrada hace casi diez años.

Entonces, cuando estaba dispuesta a acomodarme en la cama, un ruido llegó a mis orejas. Me levanté con mucho cuidado, apretando la bata alrededor mío mientras caminaba hasta el comedor lentamente.

Por un momento pensé que habían entrado a robar, pero entonces reconocí la voz de Simón.

—No rompan nada, eh —advirtió—. No podemos arriesgarnos y despertar a...

Felipe fue el primero en verme, paralizándose mientras me miraba fijamente. En un movimiento rápido, empujó a Valentino para atrás, haciéndolo rodar por el sillón.

Las quejas de Valentino sonaron ahogadas y distorsionadas, como si el golpe lo hubiera consumido.

—Hola —saludó Simón serenamente.

—Hoola.

—¿Qué tiraron ahí, estúpidos? —me crucé de brazos, la bata abriéndose para resaltar mi panza hinchada. Sin dejarlos responder, hablé—. ¿Dónde está?

—¿Qué cosa? —balbuceó Simón, acomodándose los lentes dados vuelta.

—¿Dónde está mi marido? ¿Dónde está?

—¡Hola, mi amor!

Valentino emergió, como Jesús resucitando, de atrás del sillón, levantándose torpemente mientras me regalaba una sonrisa boba. Sus cachetes rojos, similares a los que portaba Pipe, y ojos brillosos me indicaron que el chupi se les había ido de las manos.

ONE SHOTS, lsdln castDonde viven las historias. Descúbrelo ahora