24 ; enzo vogrincic

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Sus labios rozaron los míos, sus dedos apretando un poco más el agarre en mis muslos. Mi espalda se arqueó ante su movimiento, ansiando más y más. 

Abrí los ojos, mirándolo con suplica, y me recibió con una mirada de pupilas dilatadas, una intensa lujuria recorriéndolo de punta a punta. Me recorrió un escalofrío, sin esperar tanta naturalidad en sus ojos oscuros. 

—Por favor —murmuré, bajando una mano desde su hombro hasta mi propio muslo, agarrando sus dedos. Deje que mi mano lo guiará hasta quedar perdido en mi muslo interno—. Te necesito, dale. 

Pero él no musitó palabra alguna, la yema de sus dedos cosquilleando contra mi piel erizada. 

Con mi otra mano, apreté su brazo, cuya mano reposaba en la parte superior de mi pierna. Los ojos de Enzo jamás se separaron de los míos, tragando saliva con pesadez. 

Cuando el minuto pasó y él no habló, el director gritó. 

—¡Corten! —ante la orden, suspiré por lo bajo, y Enzo arrugó la nariz con frustración. 

Desde hace unos cuantos días veníamos estancados en esta escena. Profundamente íntima y la única escena sexual explícita en la película romántica que estábamos filmando. Si no era en este momento, nos trabábamos cuando llegaba la escena del coito, o incluso antes de siquiera iniciar algo sexual.

No se trataba de una mala relación entre él y yo, o una mala química.

No, no. Para nada.

Con Enzo nos conocemos desde los 12 años, cuando me mude a Uruguay y comencé a estudiar en el mismo liceo que él. Desde el primer día habíamos conectado muy bien, y de ahí en más nos volvimos mejores amigos; cuando estábamos en la universidad incluso compartimos departamento.

Después él se puso de novio y yo comencé a estar con chicos, y nos dimos cuenta que necesitábamos, efectivamente, espacio personal.

Lamentablemente para nuestras parejas, éramos demasiado cercanos para irnos a vivir separados a los 21 años, así que cada vez que uno necesitaba hacer algo, era en casa ajena. 

En un tiempo, sí, cuando él se fue a España para grabar y yo a Estados Unidos a probar suerte (ambos con mucho éxito), no vivíamos juntos. Pero igual nos llamábamos todo el tiempo, así que jamás perdimos la conexión.

—Enzo, ¿qué pasa ahora? —preguntó cansado el director.

—Me olvidé lo que seguía, perdón —murmuró, su pecho bajando y subiendo. Le sonreí reconfortante, apretando su bícep.

—Bueno, vamos de vuelta —luego de chequear las cámaras y micrófonos, exclamó—. ¡Acción!

Una respiración temblorosa salió de mis labios, rozando la boca de Enzo.

ONE SHOTS, lsdln castDonde viven las historias. Descúbrelo ahora