Te vas a Roma.

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-Elle, preciosa no estes triste. Por nosotros, puedes invitar a tu padre todas las veces que quieras a esta casa.

No me imaginaba a mi padre en una casa como la que tenía la familia Tenari. Estaba acostumbrada a ver a mi padre pegada al teléfono, pero había visto sus oficinas alguna que otra vez en mi vida. Era del estilo de sus hoteles, todo moderno y acristalado, incluso nuestra casa era moderna y acristalada por todas partes. De hecho, a papá le gustaban los techos altos y la luz que entraba por las ventanas. Si viniera a esta casa, empezaría a sentir claustrofobia... aunque sabría disfrutar como nadie de la luz solar que se colaba por las ventanas en forma de rayos amarillos. Era un espectáculo de magia poder ver algo así cada mañana al despertase, pero eso papá no lo sabría.

-No se preocupe señora Nina.

- Nada de señora, te lo he dicho mil veces.

- Me voy en dos días Nina, antes de que mi padre sea capaz de aparecer por tu casa y sacarme a rastras como una niña pequeña. No podría perdonármelo.

Entonces Nina me cogió suavemente de la cara, tal y como habría hecho una madre, me miró a los ojos y sonrío con los labios apretados mientras me miraba con toda la tristeza del mundo escondida en sus ojos.

- Por mucho que crezcas, la gente siempre te va a ver como una niña frágil en tus momentos de vulnerabilidad, porque está en ti esa ilusión y esa ingenuidad. Es lo que te hace ser tan especial.

- ¿Tú crees?- ella asintió.

- Eso y tu pelo.

Era cierto. Tenía muy buen cabello. Sano, marrón con algunos reflejos naturales tirando a castaño claro. Era un pelo largo, fino y fuerte. Era algo que se había convertido en mi sello, nadie en mi familia quiso nunca que me lo cortara, decían que era la envidia del pueblo. Siempre me había imaginado tumbada en el pecho de algún hombre sin rostro, acariciándome el pelo mientras me decía cuanto me quería. O amamantando a mi futuro bebé, mientras él padre de este nos contemplaba mientras me acariciaba el pelo otra vez.

- No lo haré.

Era una promesa. A ella y a toda las personas de mi familia que me lo habían dicho y que ahora había dejado atrás.

- Necesito que me echéis una mano con la leña, chicas.

Lorenzo, el marido de Nina y su hijo de doce años, Ales, venían llenos de polvo y algo de tierra. Pero olían a campo, a tierra mojada, estaban sudados, manchados, felices, y no pude sentir más que envidia por ellos. Nina me miró, y de un segundo a otro ya estábamos siguiendo a los dos hombres de su vida hasta el cobertizo donde guardaban todos los troncos de madera. Puede que estuviésemos empezando el verano, pero aquí, en Tivoli, hacía mucho más que frío por la noche.

- Toma Ales, tres de estos para ti. Otros tres para Elle. Dos para ti- dijo Lorenzo dándole los troncos y un beso a su mujer.

Me encantaban. Tenían este ritual cada noche cuando el frío amenazaba, pero era un tipo de comportamiento que habían extendido hacia la mayoría de tareas que hacían a diario en su casa de campo. Lorenzo enseñaba a Ales a valerse por sí mismo, quería hacerlo un hombre de estudioso y trabajador, que supiera lo que costaba allí la vida. Mientras, Lorenzo labraba la tierra, vendía y compraba propiedades haciendo que Nina se encargase únicamente de la suya. Pero esta nunca trabajaba de más.

Si Lorenzo le daba a ella el peso de dos troncos de madera y a su hijo tres, le quitaba alguno que otro por el camino sin que su padre lo supiera. Si veía que algo fallaba a la hora de conocer clientes para comprar las casas de Lorenzo, ya iba Nina con su dulce voz a tratar con ellos. Estaba siempre detrás. Siempre. Pero todo el que los conocía, sabía que esa casa funcionaba gracias a ella y a su coraje.

Está claro que tanto a lo largo de la historia como en la actualidad, siempre ha habido grandes mujeres detrás de grandes hombres. Catalina de Medichi y su marido Enríque II. El rey Don Juan Carlos de Borbón y su mujer Sofía. Kanye West y Kim Kardashian.

Todos. Grabaos bien esto. Todos los hombres necesitan una voz femenina al lado, ya sea de su madre, esposa o hermana. Todos funcionan con ellas de la mano, Sean visibles o no al resto del mundo. Sino mirad a Amancio Ortega con sus hijas. El hombre necesita mucho más a la mujer, que la mujer al hombre, está científicamente demostrado. Sino que os lo diga mi madre, que ayudó a mi padre a crecer en todos los niveles, y cuando se aseguró de verlo donde ella quería, se marchó. Dejándolo todo, a mí incluso.

Y nunca la he odiado por ello.

- ¿En qué piensas cielo?- me preguntó Nina quitándome la leña de las manos para dejarla al lado de la chimenea.

- En que no sé cuál debería ser mi siguiente destino.

- ¡Vete a Las Vegas! ¡Tú padre es rico! ¡Yo no me lo pensaría dos veces! - me reí cuando Lorenzo le dio una colleja a Ales. El pobre era para comérselo, vivía todavía en un mundo ideal, perfecto y amoldado a su ritmo.

Ojalá le durase mucho más.

- ¿Porqué no te quedas aquí en Tívoli un poco más? - intervino el padre- Trabajó te podemos buscar, y no tiene que ser en el campo, puedes enseñar nuestras casas por la zona y visitarlas, tú hablas inglés mejor que nosotros.

- No es una mala oferta- susurró Ales. Creo que de alguna forma se había encariñado conmigo, quizá veía en mí a la hermana mayor que nunca tuvo. Sin embargo, yo en él solo veía todo el amor que a mí, por falta de tiempo, nunca me habían dado.

- Véte a Roma.

- ¿Roma? ¿No va a ser excesivamente turístico?

Nina sonrío como si hubiera hecho un milagro cuando su esposo asintió.

- Definitivamente, te vas a Roma.

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