#ElleLas piernas me temblaron a modo de reflejo, ni siquiera mi cerebro estaba pensando en lo que estaba pasando entre nosotros dos. Le había metido una cachetada en toda la cara.
Le miré a los ojos sintiéndome un poco culpable, no es que me angustiase la idea de que nos besásemos, de hecho, estoy segura de que le encantarían mis besos. Pero se lo tiene que trabajar un poco más conmigo.Ninguno de los dos dijo nada, el simplemente se tapó la mejilla con la mano mientras negaba con la cabeza con un amago de sonrisa en la cara. Supongo que él no se lo podía creer. Yo tampoco. Pero por algún motivo que desconozco, sentí en ese momento una especie de energía nueva entre nosotros, como otro ambiente en el aire.
Picardía.
Coraje.
Tensión sexual.
- Lo siento, Máx.
Me sabía su nombre por las veces que Nina me había hablado de él para guiarme en la llegada a Roma, aunque desde luego que si llega a ser por él, sus modales y cortesía, ya puedo averiguar su nombre a través del oráculo.
- No sabes lo que acabas de hacer, princesita.
Me miró de reojo mientras bajaba la mano de su cara, creo que de algún modo, él estaba tratando de tapar la sonrisa con lúyelos que se le empezaba a formar en el rostro. No creo que muchas chicas le hubiesen dado cachetadas alguna vez. Ni siquiera pienso que le hayan dado muchas calabazas, para ser sinceros. Y por algún casual y los caprichos de la vida, no podía no preguntarme con cuántas mujeres habría estado.
Era guapo a decir verdad. Muy guapo, lo siento, tampoco me voy a hacer aquí la exquisita. Máximo tenía los ojos oscuros, no diría que marrones, porque me parecían casi negros. Llevaba tatuajes por los dos brazos, un pelo castaño y un corte en la ceja que le daba un aspecto de chico malo que de seguro atraería hasta a las moscas. Me preguntaba cómo sería meter mis dedos en su pelo y tirar de él con la misma fuerza que este había ejercido conmigo.
- No te hagas el chulo conmigo, he viajado sola hasta aquí sin conocer a nadie, no me das ningún miedo -le reté.
Él se acercó.
- ¿Como sabes que no estás a punto de convivir un psicópata? -sentía como a medida que iba hablando, se acortaba más y más la distancia entre nosotros. Incluso noté como se me erizaba la piel de la cintura cuando puso sus dedos firmes sobre ella. Con presión. Sin vergüenza ninguna.
Vaya. De cerca es aún más guapo. Muero por saber como es el roce de esa barba de uno o dos días. Por acariciar su definida mandíbula mientras nos besamos, y dejarme embriagar por esa maldita colonia de empresario millonario que lleva puesta. Qué barbaridad.
¿Cómo se calman las hormonas?
- Porque yo calo a la gente en segundos, y tú no eres malo, sólo un poco chulo, orgulloso, cretino, guapo y malcriado. Nada que no pueda manejar.
- Te ha faltado algún que otro rasgo.
-Como qué.
Esta vez la que se acercó fui yo, hablé sobre sus labios, causándonos cosquillas a ambos en cada movimiento que hacía. Me pasaban mil cosas para hacer y decir en ese momento, me picaban las manos en ese momento, quería que él fuese quien tomase un poco la iniciativa y me dejase a mi respirar tranquila antes de que me diera un paro cardíaco allí mismo.
-Buen amante, un tipo fascinante, seductor...
Quise bajarle los pantalones en cuanto bajó el tono de voz.
Pero de repente, el timbre sonó.
- Apártate.
A él pareció que le hizo gracia lo que le dije o como se lo dije, porque le subió el orgullo en dos segundos, y en tres, lo tenía reflejado en la cara. Sabía como se estaba sintiendo, como un machote. El instinto primitivo del hombre por hacer crecer su ego mientras nosotras quedamos de tímidas, ignorantes o inexpertas.
Pues no era mi caso.
- ¿Y si no quiero? ¿Qué? - me retó. Le brillaban los ojos por ello.
- Están tocando la puerta, imbécil.
Le aparté de mi con las dos manos en cuanto vi la cara que puso al salir de la ensoñación. De repente algo había cambiado en él cuando lo vi acomodarse toda la ropa como si fuese un niño escondiéndose de sus padres por liarse con una chica a escondidas de ellos o algo así. Patético.
La otra cara de los machitulos, chicas.
Salió de la habitación y corrió por el pasillo escaleras abajo como si estuviera esperando algo importante. Yo no pude guardarme la curiosidad para otra ocasión, y me pregunté que o quién era lo que le tenía tan apresurado. Así que cuando escuché la puerta principal abrirse, me quedé en el escalón más alto de todas las escaleras, sentada como una niña espiando la conversación de sus padres. Pero no escuché nada.
¿Había invitado an amigos a cenar o algo? ¿Había pensado en que yo quizás tenía hambre?
- ¡Te he echado tanto de menos bebé! -me paralicé.
-Yo si que te he echado de menos, rubia.
NO-TE-CREO.
Acto seguido, tuve que inclinarme para ser partícipe y ver que era lo que estaba ocurriendo en ese salón, ya que no se oía nada más que el leve sonido de algún que otro beso. Tuve que recomponerme y respirar hondo para contenerme las ganas de bajar y volver a darle una cachetada a él por cretino, y pararme frente a ella para contar cómo su novio se ha tirado literalmente sobre mi para comerme la boca.
Los observe por unos segundos, y me convencí de que debía mantenerlo contento por el bien de ambos. Al fin y al cabo era la persona que me iba a dar alojamiento por un tiempo, indefinido todavía, y debíamos llevarnos bien.
Así que decidí coger abrigo, dinero y salir a conocer las calles de Roma sin nadie con quien ir. No me importaba, tampoco iba a avisar el señor "feromonas con patas", ya que la imagen de él sentado en su sofá mientras le cogía el culo a la chica rubia y se besaban con efusividad, me daba entre otras muchas cosas, arcadas.
Salí a la calle y comencé a caminar absorta en todo lo que me rodeaba mientras apreciaba cada detalle de un sitio tan bello...
Solo había un problema.
Ahora todo me olía a él.
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PERSUASIÓN
Teen FictionNo estaba buscando nada más que mi felicidad de algún modo, en cualquier parte, todas las opciones me parecían buenas. Incluso él.