#MáximoLa miré dormir plácidamente en el asiento de mi coche durante unos segundos, apenas llevaba dormida quince minutos, lo sabía porque le había visto mirando por todas partes hasta la última farola que pasaba por delante de nuestros ojos. Hacia un frío de narices a esta hora, y la noche se había puesto tan gélida que lo único que se podía apreciar entre el cielo y la oscuridad de los árboles de mi casa, era el camino de luces automáticas que puse días antes de acabar con la mudanza.
Busque las llaves de la casa con cuidado para no despertarla haciendo mucho ruido, por mucho que no me importe una desconocida, tampoco me parecía justo tener que joderle el sueño después de tanto viaje cargando con las maletas y el perro.
Hablando del maldito perro.
- ¡Guau! ¡Guau!
- ¡Te quieres callar perro insolente!
A la mierda mi plan de llevar el equipaje a casa y después de despertarla suavemente como todo un caballero. Ese perro empezaba a tener algo en mi contra, estaba seguro. Salí del coche antes de que sus ladridos me perforasen los oídos.
- ¡No vuelvas a hablarle así a mi perro!
"Exclamó la princesa", dando un portazo tras ella.
Me cabreó. Me cabreó muchísimo, así que la cogí del cuello y la pegué rápidamente contra la puerta del coche mientras su perro ladraba por mi violenta aproximación a su dueña, quien jadeaba derrape te con una pizca de miedo en sus ojos.
- Punto número uno princesa, nunca vuelvas a dar portazos en mi presencia. Mucho menos en mi casa, en mi tierra, a mi coche. ¿Estamos?
Quiso responder, pero de su boca solo salió un pequeño jadeo que hizo que se me estremeciera todos los dedos de los pies. Joder.
¿Es por ella o porque llevaba dos semanas de celibato con esto de la mudanza?
Fuera como fuese, esos labios carnosos rozando los míos sin nada que decir, me estaban volviendo loco. No apartaba los ojos de cervatillo de mi, no se achantaba. Interesante.
-Suel...
- Shhh.... Punto número dos, princesa. No vas a volver a alzarme la voz ni una sola vez más. Ni ahora, ni la próxima vez que discutamos, ni nunca más. ¿Me oyes?
Le superaba en experiencia, en estatura y en edad. Mi complexión era la de un jugador de baloncesto al lado de su fino y menudo cuerpo de bailarina que parecía hecho de cristal, daba la sensación de que si la zarandeaba un poco podría romperse. Tremendamente guapa desde mi campo de visión. Pequeña, atemorizada...
-No.
-¿Pero qué?
Entonces hizo algo que ninguno de los dos esperábamos, me apartó la cara de la suya con su propia mano americen do fuerza por debajo de mi mandíbula, lo que me hizo soltarla de la impresión. Ni siquiera la estaba apretando con fuerza. Después me retó con la mirada mientras yo observaba alucinando su valentía. Cogió con sus manos todo el equipaje como pudo y se echó a andar con pasos de seguridad, dejando la puerta del maletero abierta.
Lo hace para joderme.
La cerré mientras me encendía otro cigarro esperando el momento de humillación por su parte. Su perro dejó de ladrar en cuanto su dueña se dispuso a andar, y ambos tomaron rumbo hacia la puerta de mi casa.
Fuerte. Enfurecida. Desdeñosa. Decidida.
Debía admitir que el favor de mi tía tenía su punto.
- ¿Esto es enserio? -dijo cuando cayó en la cuenta de que no iba a tener manera de entrar en casa si no era con mis llaves.
¿Debía dejarla volverse loca? ¿O prefería ver hasta dónde podía llegar su locura conmigo?
Mmm... creo que voy a divertirme un rato.
-Tenemos un problema, princesita.
- Deja de llamarme princesita, ¡No soy ninguna princesita! ¡Me llamo Elle! ¡Elle Lively!
Elle Lively. Bonito. Le iba como anillo al dedo.
- Oye princesa, por si no lo sabes... ¡Para entrar se necesitan llaves!
- ¡Pues abre! ¡Empieza a hacer mucho frío y.... - se quedó sin habla cuando vio que me guardé las llaves en el bolsillo delantero de mi pantalón sin dejar de mirar a sus ojos.
- ¡Si las quieres, cógelas!
Me reí a carcajadas limpias cuando vi su cara de horror. Más aún cuando su perro empezó a ladrar al notar tan alterada a su dueña. Hacia mucho tiempo que no me divertía molestando tanto a alguien, mis amigos estaban lejos, y desde luego no eran tan sexys.
- ¡Eres un guarro!
Entonces la vi con las lágrimas en los ojos y entré en pánico. Una cosa era hacerla rabiar por lo graciosa que se ponía, y otra muy distinta era hacer llorar a una mujer. Eso no iba a pasar. Así que me apresuré y me quite la chaqueta para ponérsela por encima, pero ella reaccionó con rabia tirando mi chaqueta al suelo y secándose una lágrima con fuerza llena de coraje.
- Lo siento, me he pasado, solo quería divertirme un poco antes de empezar nuestra convivencia.
Me fijé en sus labios, se habían puesto morados y su cara había perdido todo el color por el frío de la noche. Incluso su perro parecía estar pasándolo mal por el mismo motivo. Suspire sintiéndome un cretino y me aparté dejándole paso a ambos sin saber que hacer ni que decir para disipar la tensión que se había creado de repente en la atmósfera.
- Tú modo de divertirse es una tremenda mierda.
Me empujó y me apartó como si fuese la mayor escoria del mundo. A mí, que le estaba ofreciendo entre otras muchas cosas, una casa.
- Voy a poner la chimenea y a preparar algo para cenar, dúchate si quieres y te espero aquí abajo.
Me fulminó con la mirada y me hizo un corte de manga antes de subir las escaleras con tan solo una de sus mochilas y el enorme perro al lado. Ahora seriamos tres en mi diminuta casa.
Genial.
-Véte a la mierda.
Pero tenía que reconocer una cosa. No había un culo más apetecible en toda Roma entera ni alrededores, así que mientras la veía subir uno a uno los escalones, sólo podía pensar en el tiempo que tardaría en morderlo.
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PERSUASIÓN
Novela JuvenilNo estaba buscando nada más que mi felicidad de algún modo, en cualquier parte, todas las opciones me parecían buenas. Incluso él.