¿Preparado para lo que viene?

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Después de dormir menos de cuatro horas, desayunar sin Ales, que casualmente se había ido a trabajar en fin de semana con su padre a primera hora, Nina me ayudó a empacar la misma maleta que me traje. Con todo el cariño del mundo, dándome consejos de madre y escuchando cada una de mis preocupaciones, decidió llevarme a mi sitio favorito de toda La Toscana.

- Nos vamos Lorenzo - anunció Nina cuando vio a su marido llegar todo lleno de polvo y barro otra vez.

- ¿Cómo?

- ¿Trabajas vendiendo casas o haciéndolas? ¿Llegará el día en el que no me ensucies el suelo recién fregado? ¿En algún momento? - Nina negaba con la cabeza mientras miraba a su marido de arriba abajo. En realidad todos sabíamos que no era para tanto, sólo hacía ese tipo de bromas para escucharle quejarse y poco, y quererse más.

- Mamá, sabes dónde está...

Lorenzo y yo nos miramos divertidos sabiendo lo que se venía.

- ¡Alessandro! ¡Pero por Dios! ¡¿Vivo con personas?! ¡¿O con cerdos?! ¡A la ducha! ¡Ya! ¡Los dos! ¡Venga!

- Pero mamá...

- ¡Venga, venga, venga!

Los hombres salieron corriendo antes de escuchar otra regálela más y nosotras acabamos riéndonos a carcajadas en la habitación mientras terminábamos de guardar mis cosas. Nina me explicaba mientras tanto todas las opciones que tenía para ir hasta Roma desde allí. Estaba mucho más cerca de lo que pensaba.

Me miró en completo silencio cuando pusimos la maleta de pie en el suelo, sencillamente lista para tomarla del mango y marcharme de allí. Ella lo supo, y sin decirme una sola palabra, me hizo un gesto de cabeza para que la siguiera, tomó las llaves del coche y salimos al frío de la calle, con apenas un abrigo y un gorro, las dos. Condujo durante unos veinte minutos, y cuando paró, supe que esta sería otra de las despedidas más importantes de mi vida, junto a la que nunca le hice a mi padre.

- Sé que es tu sitio preferido, sé que te encanta pasear por aquí, y también sé que nunca más vas a volver.

- No digas eso.

Le había hecho una promesa a su hijo.

- Tú alma no está aquí, cielo. Ni con tu padre. No has encontrado tu sitio todavía.

Y mientras paseábamos por los increíbles pasillos De la Villa del Este, supe que una parte de mí se quedaría en ese lugar por siempre. Me parecía fascinante como alguien que había conocido en tan poco tiempo, se convertiría en mucho más que un referente para mí. Aunque en ese momento todavía no sabía, que no la iba a volver a ver.

- Son jardines esplendorosos, por aquí han pasado todo tipo de celebridades y altos cargos. Una gran joya escondida cerca de Roma. No sabemos cuantos tratos de alto valor y secretismo se han firmado viendo aquí el atardecer.

- Cuantos amores habrán sido desleales en estos arbustos.

- Cuantas personas como tú, se habrán sentido mucho más que perdidas en sus veinte. Este sitio siempre ayuda a que nos aclaremos las ideas.

Me lo dijo con un tono de voz, que supe Justo en ese mismo instante, que nunca se me iba a olvidar. Me había cuidado como a su hija sin pedir nada a cambio. Me había dado casa, trabajo y comida. Me había escuchado como una madre y aconsejado como la mejor de las amigas. Y mientras veía su perfecta piel brillar a la luz del poco sol que quedaba en aquel balcón de piedra fina, entendí que iba a quererla hasta los restos de mi vida.

- Hija... - susurró cuando notó mi abrazo.

-No sabía lo mucho que se podía querer a alguien que no es de tu familia - dije mientras me limpiaba una lágrima de la mejilla.

- Ahora que te vas, cielo, comprenderás con el paso del tiempo que todo son etapas en la vida. Que te vas a sentir perdida aquí y en muchas partes, sin importar la edad ni el tiempo, ni el camino, pero que si Dios existe, se encargará de hacer que tu misma te encuentres dónde puedas estar y ser tu misma.

Y no falló en ninguna de sus palabras.

Nos despedimos de la chica que trabajaba en la recepción De la Villa del Este, sin decirle que esa sería la última vez que la iba a ver. Hablamos durante el camino de vuelta a casa, me dio dinero sin discutir una sola palabra. Me hizo quedarme en el coche cuando salió a por mis maletas y las metió en el maletero para llevarme hasta la estación de tren.

- He cogido una bufanda y unos guantes también. Sé que en la capital no hace mucho frío, pero bueno, no se sabe.

No había querido que me despidiese de su marido, pero porque no quería que me volviese a ver su hijo. Se había dado cuenta hacía semanas de lo que su hijo sentía por mí, y vivía con el miedo de que a su corta edad cometiera una locura y se quisiera venir tras de mí.

- No sé cómo agradecerte tantas cosas le dije antes de salir del coche. Mi tren llegaba en diez minutos.

- Solo acuérdate de todo lo que te he dicho. Y cuídate cariño, cuídate.

Y así como llegó a mi vida, se fue. A su casa y con su familia, quienes siempre se quedarían con una parte de mí entre ellos.

- ¡Pasajeros a Roma!

Le di el ticket al señor. Puse mi maleta grande con su ayuda en el montante, y me adentré con la maleta de mano y mi perro completamente abrumado, entre los sillones del vagón.

- ¿Tiene usted permiso para viajar con mascotas?

-Sí, he pagado demás por ello.

Asintió, sin mirar siquiera el papel que le extendí. Mientras mi perro me miraba como triste, sabía que le había gustado la vida que había pasado allí, en el campo, corriendo entre tierras y olivares. Lo acaricié cuando se tumbó entre el asiento que había pagado por él y mis piernas, ahora éramos él y yo contra lo que nos depararía el futuro.

- ¿Preparado para lo que viene?

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