Cuando Rodrigo despertó no había nadie en el cuarto. Alcanzó su teléfono y revisó la hora, eran las tres de la tarde. Juan Carlos iba entrando al cuarto cuando Rodrigo se recostó sobre la almohada. Se sentía un poco avergonzado por haberse dormido dos horas en casa ajena.
—¿Sigues dormido? —preguntó Juan Carlos.
—No.
Rodrigo se sentó lentamente en la cama y trató de sonreír. Juan Carlos trataba de no mirarle a los ojos. Estaban incómodos. Juan Carlos le ofreció comida y bebida de nuevo. En esta ocasión aceptó alguna fruta que hubiera en la casa. Juan Carlos fue rápidamente. Mientras Rodrigo frotaba su muñeca, sentía un leve ardor. Miró su nuevo tatuaje. No sabía realmente lo que significaba ello. Juan Carlos entró al cuarto y Rodrigo se cubrió el brazo. No sabía si contarle sería lo adecuado. Tampoco recordaba mucho, solo tenía cierta sensación de perder el equilibrio y de desenfoque.
—¿Estás bien? —dijo Juan Carlos al ver que no Rodrigo no decía nada. —Te siento extraño.
—No es nada. Quizás debería irme a mi casa.
—¿Dije algo ma...
—No. De verdad —sonrió Rodrigo. —Te agradezco por todo. Por la fruta. Por el agua. Por tu casa. Por tu amistad.
Quería evadir el tema del porqué fue a su casa. Sin embargo, no tenía opción, algo en su interior no lo dejaba pensar en otra cosa. En esa gente con ropas blancas y en aquel extraño lugar. El vapor, la nube, la espuma. Miró a los ojos de Juan Carlos y con una mueca de llanto le dijo: lo siento.
—¿Por qué? —apresuró Juan Carlos.
—Por no poder contarte la verdad.
"¿De qué hablas?", pensó al ver a su amigo. Su pecho se hundió, el aire se iba lentamente.
—Olvídalo —comenzó a llorar. —La verdad no creo que me creas o que alguien me crea. —Se cubrió con el brazo.
"Débil", reflexionó, "como un cachorro que necesita mi ayuda". Juan Carlos se levantó y le retiró lentamente la mano del rostro. Le tomó la mejilla y le dijo acercándose al oído: Te creo, confía en mí. Rodrigo dejó de llorar al instante, quedó boquiabierto. Juan Carlos se sentía como otra nube caliente.
—¿Prometes no dejar de ser mi amigo? —dijo. —¿Ni de juzgarme como un loco? —agregó Rodrigo.
—Lo juro por mi alma —murmuró Juan Carlos a punto de llorar también.
***
Juan Carlos apresuró el paso. Rodrigo se sentía enfermo. En la calle apenas y había algunas personas. Eran las cuatro de la tarde. Los padres de Juan Carlos llegarían hasta las ocho de la noche, normalmente van a cenar cuando salen de paseo. Rodrigo le explicó muy poco sobre lo que vio, y le juró que lo mejor sería que él fuera a ver. Juan Carlos no estaba tan convencido, no obstante, la descripción de la luz y el muro de espuma le produjeron una extraña sensación. "Al fin sabré de qué se trata esa luz" pensó.
Llegaron a la entrada del edificio. Las tablas gigantes de madera seguían en su lugar. Juan Carlos miró a Rodrigo de reojo. Parecía incrédulo. Rodrigo le enseñó el camino y le advirtió de la basura. El lugar olía a humedad. Juan Carlos se detuvo después de que Rodrigo quitara la tabla.
—¿Me prometes que no hay drogadictos o gente ahí dentro?
—Confía en mí —expuso.
En su mirada nerviosa y desesperada, Juan Carlos observó de nuevo al cachorro, al hombre más guapo del mundo. Se sintió avergonzado de lo que hizo cuando Rodrigo estaba dormido. Rodrigo le extendió la mano y ambos cruzaron sin ver si alguien los seguía.
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El muro de espuma
ParanormalDos chicos se conocen en una parada de autobuses. Uno es introvertido, tímido y amable con las demás personas. El otro es sociable y se emociona con efusión por hacer nuevas amistades. Juan Carlos cree que conoce Rodrigo desde antes, pero no está se...