Capítulo 3: Más allá

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«La mamá de Rodrigo le habló desde la puerta para que fuera a comer. Él tenia apenas siete años. Que su mamá le tuviera la comida, que lo abrazara, que le preguntara que tipo de caricaturas quería ver y poder faltar a la escuela cuando quisiera eran los mejores placeres de la vida. Sin embargo, había un momento en especial a su edad y era cuando su padre lo llevaba a ver una cascada cerca del Jardín Botánico. Cuando su papá lo llevó por primera vez, no quería ir, estuvo de malas todo el viaje, le recordaba su mamá. No obstante, ya estando en el lugar, ya no quería irse. Rodrigo no solo se sorprendía por la gran cantidad de agua que caía, el ruido, el aire, el pequeño arcoíris que se formaba o la brisa que refrescaba su frente. Él se sentía más importante. Cuando iba a misa con sus abuelos, antes de que fallecieran, escuchaba que el sacerdote siempre hablaba de lo insignificantes que eran en el universo o eso entendía de las palabras de su abuelo, "Ese padrecito siempre hablando tan condescendiente. Pero él es igual que tú o yo". El abuelo confesó ser un ateo a escondidas. La abuela le había prohibido hablar del tema enfrente del pequeño Rodrigo. 

La cascada le confirmaba su existencia, le hacía sentirse poderoso ante la naturaleza, como si todo el mundo fuera su extensión, como si el tronco del árbol fuera otra parte de su brazo, o mejor dicho, otro brazo. Admiraba lo verde del lugar, y más cuando era domingo y muy poca gente iba. Un día le dijo a su abuela que la gente se perdía de esas maravillas del mundo por ir a misa. El abuelo se alegró, pero tuvo que disimularlo. 

Rodrigo estaba en casa, su madre caminaba de un lado para otro con diferentes materiales para construir una maqueta. Su padre iba a llegar con una sorpresa, siempre llegaba con algún regalo. Rodrigo no se preocupaba por otra cosa más en el mundo que vivir ese momento con sus padres. Amaba la existencia, la vista de una cascada de agua tan común como otras. No quería nada más. Solo ser bajo esa cobija enorme en un día frío y lluvioso, oler el chocolate caliente y esperar que el siguiente domingo visitaran su lugar favorito».

Todo eso pasaba en la mente de Rodrigo mientras cruzaba aquel muro hecho de vapor tibio.  Recordaba la brisa de la cascada que amaba visitar de niño, pero no solo eso, si no toda la felicidad que alguna vez pudo sentir. 

Logró llegar al otro lado sin mayor esfuerzo. Era un cuarto blanco iluminado, como si de un hospital se tratara. Había algunos muebles viejos y descuidados, parecía ser una antigua recepción de apartamentos. Estaba en completa soledad, se escuchaban algunos ruidos en el segundo piso. Rodrigo se sintió mareado, no tenía idea sobre qué era lo que ocurría. Trato de regresar por el muro de espuma, pero no pudo entrar. Se había solidificado como el concreto. Rodrigo comenzó a gritar de la desesperación. Corrió hacia la parte de atrás del edificio. La puerta estaba atrancada, desde adentro se podían ver enormes cadenas cerrando el paso. Volvió hacia la recepción, vio otra puerta y también era lo mismo. Buscó una ventana, no obstante, en la planta baja no había. De pronto, en el segundo piso, comenzó a escucharse música. Parecían cánticos guturales hasta que empezó una base techno. Por la vibración del edificio, pensó que quizás se trataban de unas enormes bocinas. Rodrigo miró al muro con detenimiento. Por un momento se sintió tan bien, y después empezó a sentir miedo. 

Tomó se celular, eran las dos de la mañana, "¿cuánto tiempo he estado en esa cosa?" pensó mientras no dejaba de observar el muro. Desbloqueó su celular y se metió a Whatsapp. Su primer chat era Juan Carlos. Habían hablado muy poco desde el incidente. No supo si marcarle o mandarle muchos mensajes, no obstante, no había señal dentro del edificio. La música comenzó a intensificarse. El muro de espuma volvió a cambiar de estado, ya era gaseoso de nuevo y atravesando el concreto se elevó por el segundo piso. Rodrigo miró esto desconcertado, su corazón latía fuerte, no podía creer que algo así fuera real. Se golpeó el rostro y se rasguñó el brazo. "Esto debe ser un sueño". Cuando se incorporó listo para salir, un grupo de personas extrañas con ropas color blanco tapaban la entrada. Sonreían y saludaban. Solo pudo mandar un emoji de una carita mandando un beso a Juan Carlos. 

El muro de espumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora