Capítulo 4: Mi amor

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Juan Carlos atravesó de lado a lado el muro de espuma, sintió demasiado frío, lo comparaba como salir de la piscina después de acoplarte a la temperatura. Rodrigo iba detrás de él. Oziel les entregó unas toallas blancas para que pudieran secarse. Había más personas en la habitación, las luces estaban encendidas, el volumen de la música iba descendiendo. Por las ventanas entraba la noche. Juan Carlos estaba atónito ante la experiencia, se arrodilló y buscó su celular. Tenía diez llamadas perdidas de su mamá y otras seis de su papá. Al parecer en la cima del edificio la señal llegaba perfectamente. Rodrigo se sentó en una banca y no dejaba de sonreír. Veía sus manos, se sentía profundamente feliz. Observó como Juan Carlos llamaba a su madre y le decía que estaba en casa de Rodrigo y que no tardaría en llegar. De pronto, el celular de Rodrigo comenzó a sonar, era su madre, y de la misma manera, le contó que estaba en casa de Juan Carlos y que estaba a punto de irse. 

—Debemos irnos —exclamó Juan Carlos, estaba agitado. 

Las demás personas no le hablaban, solo entre ellos en pequeños grupos y susurrando, siempre sonriendo. En momentos, miraban sin ningún tipo de disimulo a Juan Carlos y asentían. Eran personas mayores, adultos como sus padres. Quizás eran oficinistas, bomberos, enfermeras, maestros, amas de casa, dueños de alguna tienda donde fingían tener vidas normales y comunes. Todos vestían de color blanco y el tatuaje en sus muñecas se sincronizaba en la misma mano. 

Juan Carlos empezó a caminar rápidamente para escapar. Rodrigo fue detrás de él. Oziel los observó salir. Nadie se movió hasta que hubieran salido del edificio. Los enormes pedazos de tela con dibujos abstractos e infantiles contaban una historia, una de amor. En la última un dios sol fruncía el ceño, con una sonrisa maliciosa. La música de Joe Zawinul se reprodujo en las bocinas. Una vibración compleja de 6 A.M./ Walking on the Nile destruyó la estática del cuarto. Todos alzaron las manos al mismo tiempo. Comenzó el ritual de luces y sonido. 

***

—¿Te encuentras bien? —preguntó Rodrigo. Juan Carlos caminaba muy rápido. Rodrigo tuvo que trotar para plantarse de frente, lo tomó de los hombros y al darse cuenta de su exasperación lo soltó de manera suave. Juan Carlos estaba aterrado. 

—No sé qué fue lo que pasó ahí dentro —murmuró Juan Carlos, sus ojos enrojecidos reflejaban miedo. —Pero lo que sentí... lo que sentí cuando salí de esas cosa fue tan agobiante y agotador.

—¿Qué sentiste? —preguntó Rodrigo.

—No sé. No puede describirlo con palabras... yo...

—Yo me sentí de maravilla —dijo Rodrigo regocijándose. —Cuando estaba adentro pude regresar a los mejores momentos de mi infancia, como si estuviera ahí en carne propia. No eran recuerdos, era la vida volviéndose a repetir. No me canso de entrar y salir de ahí. ¿Tú qué viste?

Juan Carlos no dijo nada. Él había vivido otra cosa ahí dentro. Estaba seguro de que fue real, pero estando afuera sentía que su vida jamás podrá ser lo suficientemente buena para igualar tal sensación de alivio y ligereza. "La vida afuera es tan triste... sí es como salir y entrar a una piscina. Adentro siempre será más caliente que afuera una vez que te sumerges",  caviló. Rodrigo estaba cambiando de rostro bajo las luces de la calle. No era él, algo había cambiado y eso comenzó a asustarlo. 

—Debo ir a mi casa, mis papás deben estar muy preocupados —comentó Juan Carlos. 

Rodrigo asintió y coincidió en que sería lo mejor. Rodrigo aún mantenía la sonrisa tan deformada, parecía un severo caso de bruxismo. Juan Carlos se despidió con la mano sin decir nada. Antes de que pudiera darse la vuelta Rodrigo exclamó:

El muro de espumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora