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La vida de Kotetsu experimentaría un cambio inesperado tras llegar a esa mansión y conocer al enigmático joven dueño de ella. No obstante, no pensó en convertirse en la...
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La luna emergió en el vacío cielo mientras el bullicio de la gente eventualmente cesaba. El viento frío recorría los espacios e incluso se filtraba por las ventanas mal cerradas. El escalofriante soplo del aire exterior sugería que el cielo ansiaba derramar lágrimas.
En un entorno tan vasto, la presencia del frío y la nostalgia evocaba la ausencia del cálido abrazo del amor.
Cada rincón parecía impregnado de un sentimiento de pérdida y añoranza, como si el eco de recuerdos pasados resonara en cada esquina.
No hay cambios visibles, pero algo en el aire se siente diferente, como si las emociones estuvieran desincronizadas con lo que vemos.
Sus dedos finos recorrían el fino papel que guardaba una pequeña lista de canciones, o más bien, el acceso hacia lo más profundo de sus recuerdos.
La noticia que Ginko le dio al joven lo dejó sintiéndose confundido. Pero en realidad, eso no era nada nuevo para él, porque desde que despertó con el brazo enyesado, rodeado de médicos y escuchando el sonido tranquilo de su pulso, siempre había sentido esa extraña sensación de estar perdido.
Inconscientemente posó sus gelidas manos en la guitarra que tenia al costado de su pupitre. El diseño de que tenia era lo que más destacaba en sus presentaciones, además de su melancólica y suave voz. Por lo general, se cuestionaba si lo que hacía era sensato o no. Si bien ganaba lo suficiente para tener algo que comer, eso era lo que menos le importaba.
Sentía la imperiosa necesidad de cantar y poner su chispa en cada letra y acorde de sus canciones.
Se puso de pie, todavía absorto en sus pensamientos. Miró hacia la ventana y vio a alguien sentado en el banco de su enorme jardín.
¿Cómo alguien había entrado a su casa?
Sus ojos se cerraron por un instante y al volver a mirar por la ventana, se percató de que ya no había nadie. Movió levemente su cabeza... Podía jurar qué había alguien sentado ahí.
Con un suspiro apenas perceptible, cerró la ventana y se permitió un momento de silencio, como si esperara algo en especial. Resignado e indiferente, volteó y su mirada se fijó en la puerta.
Las manesillas de un reloj tocaban los segundos en un pasillo lejano. El eco lo hacia aún más tétrico pero ya estaba acostumbrado a eso.
¿Qué tanto había vivido esta casa para estar tan callada?
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