VI

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Había pasado ya una semana sumamente aburrida y pesada después de toda la confusion y el desastre. Harry había sido básicamente un robot ante todo, clases, descanso, estudios con Malfoy, visitar a Ron en la enfermería y así al siguiente día y al que sigue y al que sigue.

Harry se había cerrado más que de costumbre, no podía decir que toda la razón de aquello era el pesar de su mejor amigo que viajaba sobre su mente, era por el conflicto interno que constantemente se presentaba en él. Hace tan sólo unos días había sido llamado por Dumbledore a su oficina, a penas entró, aquel viejo de barba larga le sonrió tras sus pequeños anteojos y le ofreció asiento.

Cuando Dumbledore se guardó la varita en el bolsillo, Harry se fijó en que tenía la mano ennegrecida y apergaminada, daba la impresión de que la carne se le había consumido.

—Señor, ¿qué le ha pasado en la...?

—Luego, Harry —lo interrumpió—. Siéntate, por favor. —El muchacho ocupó la butaca que quedaba frente a la del director.— Bueno, Harry —dijo el director de Hogwarts volviéndose hacia él.— ha surgido una dificultad que espero seas capaz de resolver para nosotros. Y cuando digo «nosotros» me refiero a la Orden del Fénix. Pero, antes que nada, debo decirte que hace una semana encontraron el testamento de Sirius y te ha dejado todas sus posesiones.

Harry en ese momento simplemente pudo sentir sus oídos pitando y su corazón acelerado.
En definitiva la palabra prohibida para él era el nombre de su padrino y que el anciano lo soltara así como así tal vez en el fondo como si fuese algo bueno, le hizo empuñar sus manos.

—Esto, en general, resulta bastante sencillo —prosiguió Dumbledore—. Añades una considerable cantidad de oro a la cuenta que tienes en Gringotts y heredas todos los bienes de Sirius. La parte ligeramente problemática del legado...

Ya Harry sabía por dónde venían los cantos y aunque trataba de fingir que no le importaba, no era así. ¿Era en serio que aquel anciano le estaba simplemente escupiendo y recordando la muerte de Sirius para que Harry de alguna forma les regalara la casa al cuartel?

Harry no se inmutó pero dentro de él, el vapor y el enojo crecían.

—Lo siento, señor, creo entender a dónde va con todo esto y entenderá por qué no quiero seguir viviendo con mis tíos y mucho menos regalar lo que él me dejó. —Dumbledore pareció impresionado ante aquella respuesta pues dentro de todo, esperaba que el alma noble, caritativa y poco materialista de Harry se ofreciera pero al no ser así, simplemente se quedó inmóvil.

—Oh no, muchacho, claro que lo entiendo, sólo lo mencionaba ya que sabes que Sirius ofreció sus aposentos para las reuniones de la Orden, es el único lugar que tenemos cómo cuartel.

El director intentaba dar en la herida y hacer sentir culpable al moreno pero este no iba a ceder, no iba a regalar lo que le quedaba de la única persona que más había amado y que más lo amó a él.

—Lo entiendo y lo lamento, creo que puede llegar a entender mis razones personales y que no lo hago con malas intenciones.

—Sin embargo. —prosiguió el mayor.— hemos desalojado temporalmente el edificio.

—¿¡Qué!? ¿Por qué? —Gritó casi ahogado aferrándose a la silla.

—Verás —respondió—, la tradición de la familia Black establece que la casa se transmita por línea directa al siguiente varón apellidado Black. Sirius era el último, su hermano menor, Regulus, falleció antes que él, y ninguno de los dos tuvo hijos. Aunque el testamento deja muy claro que tu padrino quería que te quedaras con la casa, cabe la posibilidad de que haya en ella algún hechizo o sortilegio para asegurar que sólo pueda poseerla un sangre limpia.

Del infierno a la tierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora