IX

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Habían pasado dos semanas desde que las vacaciones habían empezado, faltaban tan sólo tres días para la navidad y todo el festejo estaba puesto en las calles, el bullicio, la emoción, el compartir en familia, los regalos, la celebración y la espera.

Harry, cómo era de esperarse, pasó todos esos días oculto en Grimmauld Place. Se encontraba ese cálido día en un centro comercial muggle al centro de Londres. El ambiente estaba tranquilo por suerte en dónde estaba, era un café completamente cómodo con áreas abiertas a la naturaleza y el silencio era algo obligatorio mientras la música sonaba para calmar y fascinar a los que estuviesen dentro, tenía un libro sobre sus manos engullendo las páginas letra por letra cada vez más enfocado mientras la mesera colocaba un café negro sobre su mesa.

—Su orden.

—Muchas gracias. —Soltó Harry viendo como la chica de cabellos negros pareció quedarse un rato más al frente de él y luego huir hacia la caja nuevamente permaneciendo a la distancia sin quitarle la mirada de encima.

Harry no le prestó atención y tampoco estaba teniendo su mente fuera de lo que leía.

Aquellas dos semanas habían sido crecimiento puro en Harry, la cantidad de hechizos que había practicado, lo que había aprendido le permitió ya sentir cómo las cadenas de su núcleo oscuro estaban libres y ahora alcanzaba a sentir esa aura acompañarlo siempre. Era como una vieja amiga que estaba finalmente contenta de que fuese correspondida y aunque sonara estúpido, Harry se sentía feliz de corresponderle. No solamente se había dedicado a practicar sino a nutrirse, había aprendido millones de hechizos útiles y se encargó de leer por completo el viejo libro de pociones que ya conocía de adelante hacia atrás, había millones de hechizos que quería probar, que ansiaba experimentar pero al no saber las consecuencias, no se arriesgó a ponerlos a prueba, al menos por el momento.

Esta vez, sólo para evitar malos entendidos, Harry sí estuvo atento a su correspondencia y la respondía cada vez que podía sin demorar tanto tiempo para no levantar sospechas. Tenía la invitación navideña a la casa de los Weasley y honestamente no tenía ningún tipo de ánimos para ir pero no podía simplemente desaparecer porque eso incrementaría las dudas sobre lo que Harry hacía o no y prefería evitar.

Lo más extraño de todo es que al menos estas vacaciones a pesar de estar más sólo que cualquier otra, se sentía más feliz y cómodo, era una tranquilidad que adoraba y planeaba mantener así. Cosas que antes le atormentaban, ahora ni el sueño le quitaban o cosas que quizás en otro momento le habrían hecho sentir tristeza, en estas situaciones le resbalaba por completo. Estaba haciendo su propia vida y sentía muchísima más confianza que antes.

Recordó cómo si hubiese sido ayer cuando recibió las primeras cartas que llegaron por medio de dos lechuzas que jamás había visto, una era completamente gris y pompoñosa, refinada y parecía que el cabello era de seda y la segunda era tan negra como la noche con ojos completamente amarillos.

La primera apareció con una carta que poseía una caligrafía completamente refinada que reconoció al instante y por extraño que fuese, Harry sintió un pinchazo en el corazón y fue la única carta a la que le dio prioridad, cómo si fuese la única que realmente importaba.

Venía de parte de Draco.

No hacía falta la identificación ni tampoco ver de dónde venía porque toda la carta tenía impregnada la delicadeza y deslumbrante esencia del rubio.

Sin más, sus manos ansiosas empezaron a abrir con suavidad el papel cómo si temiese romperla y no poder leer lo que venía dentro.

"Potter, debes estar pensando que es bastante raro que yo te esté escribiendo, no lo comentes.

Del infierno a la tierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora