•°2°•

182 14 0
                                    

Hola, lectores. Soy Shira Koteshi.

No es como que quisiera hacer esto pero Autora-chan dice que es necesario para que sepan un poco acerca de mí.

Así que por favor sean buenos conmigo y lean esto para que esa loca me deje en paz.

Así que por favor sean buenos conmigo y lean esto para que esa loca me deje en paz

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A ver... ¿Qué puedo decirles?

Esta es la historia de cómo me convertí en lo que soy... "El angel de la muerte".

Ser pandillera o es fácil. Mucho menos cuando tratas de aparentar ser alguien diferente con las personas que te rodean para que no sepan quién eres en realidad.

Desde pequeña, nadie me iguala. Soy capaz de romperte una pierna antes de que te dé tiempo siquiera de gritar; tal vez deba sentirme orgullosa de eso, pero a la vez siento que no.

Nunca nadie se atrevió a molestarme por mi apariencia o por alguna otra cosa, debido a que nunca mostré debilidad ante nadie y tampoco he visto una derrota.

Mostré un comportamiento algo agresivo luego de volverme huérfana, ya que la ausencia de mi madre me hacia sentir un vacío que nadie ni nada podían llenar.
.
.
.
¿Por qué? ¿Por qué ella? La única persona que creía en mí y en serio me amaba.

¿Por qué la gente que amo la termino perdiendo?
.
.
.

Cuando la perdí, el vacío se convirtió en mi compañero más fiel. La tristeza se transformó en rabia, y la rabia, en una sed insaciable de venganza.

En lugar de llorar su pérdida, decidí que no iba a dejar que el mundo me aplastara. Así fue como encontré a los chicos de la calle luego de salir de ese  orfanato.

Al principio, solo buscaba un lugar donde encajar, un refugio donde el dolor no pudiera alcanzarme. Pero pronto comprendí que en ese mundo, la debilidad era un pecado.

Las peleas callejeras eran brutales, pero había algo en la adrenalina que me hacía sentir viva. La primera vez que enfrenté al líder de una pandilla, sentí el sudor y la sangre mezclarse con mis lágrimas. No era solo una pelea; era una liberación.

Con cada golpe que daba, cada grito que lanzaba, sentía cómo la rabia se transformaba en poder. Me volví adicta a esa sensación, a la euforia de dominar a mis oponentes. La gente empezó a murmurar “Parece un ángel” por la manera tan natural en que me movía para atacar.

Eso después se convirtió en “El ángel de la muerte”, lo cual, no era solo un apodo; era una identidad. Y cuanto más me sumergía en este nuevo mundo, más me alejaba de la niña que solía ser.

Las peleas se convirtieron en mi terapia. La sangre derramada no me asustaba; al contrario, me fascinaba.

Me convertí en una maestra del dolor, disfrutando del sufrimiento ajeno como si fuera un arte.

𝑆𝑖𝑛 𝑠𝑎𝑏𝑒𝑟 𝑎𝑚𝑎𝑟... (𝐶ℎ𝑖𝑓𝑢𝑦𝑢 𝑥 𝑇/𝑛)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora