Capítulo VI

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Era más de media noche y el silencio reinaba. Sonidos de helicópteros comenzaron a escucharse a lo lejos.

A medida que los sonidos de las hélices aumentaban mis nervios se iban poniendo de punta. Pero lo que me hizo saltar fue cuando una mano tapó mi boca.

—Guarda silencio —Daylan me miraba con gesto serio y alarmado—. Ponte algo de ropa y calzado cuánto antes.

Su semblante no me permitió alegar. Simplemente me levanté y con manos temblorosas me puse lo primero que encontré. Tome mis zapatos deportivos y los até a mis pies.

Maldije en voz alta al no encontrar un abrigo decente que pudiera usar, a lo que Daylan reaccionó arrojandome una sudadera negra que me venía gigantesca. Pero los disparos repentinos solo me obligaron a tomar mis pertenencias y a pegarme del brazo de mi compañero de habitación.

—Debes controlarte —el chico me advirtió entre dientes.

—¿Qué está pasando? —y no pude evitar el temblor de mi voz. Mi cuerpo vibraba ante el temor de lo que poco a poco se iba escuchando.

—Rastreadores —contestó él mientras se instalaba en la oreja alguna especie de aparto—. Desde la última persecución no se fían de este barrio ¡Maldita sea! Debí ser más precavido.

—¿Cómo sabrías tú qué ellos te seguirían? —solté sin pensar.

—Es obvio que aquella noche no debí venir aquí. Los he puesto en riesgo a todos.

Ya no pude contestar nada más porque los golpes en la puerta terminaron de descomponer mi sistema nervioso. Mi corazón latía frenéticamente y temía por quedarme congelada frente a la situación, como me ocurría cada que el peligro estaba frente a mi. Y no lo quería en verdad pero jamás había estado expuesta a tanta violencia e incertidumbre.

—Entra —sentenció Daylan.

Al abrirse la puerta el pelirrojo que lo acompañaba por la mañana me dedicó una mirada furtiva viendo cómo tengo agarrado del brazo a su camarada y es ahí donde yo me percató de lo que estaba haciendo. Un rubor se extiende por mi rostro y me alegra tanto que no haya luz más que la que la luna filtra por la ventana para que ambos no vean lo apenada que me encontraba.

Le suelto el brazo a Daylan y me disculpo dando un paso hacia atrás. Comienzan alguna discusión de la cual no me percató del todo porque todos mi sentidos están puestos en las luces que provienen del cielo y que de vez en cuando alumbran la habitación. Agradezco mentalmente que haya una cortina vieja cubriéndola.

Los disparos comienzan a hacer más sonoros y los gritos lejanos nos ponen en alerta a los tres.

—Vamos chica. Es hora de irnos

—¿Irnos? —pregunté confundida.

Daylan se acerca a mi y me mira.

—No pretendes esperar a que la guardia jerárquica venga aquí y te lleve como sospechosa, o peor aún, como prisionera de guerra ¿Verdad?

—¿Cuál guerra? —murmuré muerta de miedo.

—¡¿Cómo cuál guerra niña estúpida?! La maldita guerra que lleva una década tomando nuestras vidas y haciéndola miserable —el pelirrojo parecía que quería sacarme los ojos por mi ignorancia—. ¿De dónde eres? —preguntó algo alarmado.

No supe que contestar los nervios me cerraron la garganta y no podía hacer otra cosa más que retorcer las mangas larguísimas de la sudadera. Miraba a un punto sin definir con tal de no toparme con las miradas de esos dos chicos que si se llegaban a enterar de quién era yo probablemente me encerrarían o algo mucho peor.

Hermosa Destrucción©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora