Capítulo IX

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La oscuridad a mi alrededor se iba haciendo más espesa a medida que avanzamos. Lo único que no permitía que cayera era el fuerte agarre de Daylan. Su mano y la mía estaban entrelazadas. Sus dedos y los míos se mantenían unidos con toda la fuerza que nos era posible. Sabíamos que eramos lo único que teníamos en ese momento.

Él me tenía a mi y yo lo tenía a él.

No había nada más.

Los hombres a pesar de que uno de ellos iba mal herido, nos llevaban cierta distancia. Sabíamos que no éramos bienvenidos en sus dominios Pero también ellos sabían que no brindarle la ayuda a un soldado de la rebelión implicaba más que una simple enemistad.

La vida a veces suele ser demasiado imprevista. En un momento estás comiendo pan recién horneado con dulce de fresa casero viendo el mar lejano platicando de cosas tan absurdas con un montón de niñas de tu edad que no tienen ni idea a qué costo viven en lujos y comodidades. Conviviendo con un padre que siempre concideraste frío y distante Pero que nunca imaginaste que fuera un mounstro sanguinario hambriento de poder que mandaba asesinar gente de madrugada si el los consideraba un peligro. Un hombre con el que siempre tuve roces de una o de otra manera Pero que siempre respete por ser mi progenitor. En el fondo amaba a mi padre a su manera dura y fría de tratarme, siempre le guardé un cariño.

Mi mente regreso de un golpe cuando noté que Daylan detenía el paso y torpemente terminé golpeando mi rostro con su espalda.

—Pregunté que si te encontrabas bien —el susurro de Daylan me hizo cerrar los ojos y mover la cabeza en busca de claridad.

—Lo lamento. No estaba prestando atención —murmuré de regreso.

—Si lo noté cuando tú agarre dejo de ser fuerte en mi mano —cuando dijo aquello en acto reflejo desvíe la mirada a dónde se entrelazaban nuestras extremidades. Su mano aguantada y la mía desprovista de protección alguna apenas y era visible entre tanta oscuridad. Aún así la sensación de estar protegida se arraigaba en mi pecho.

—Esto no está bien —no pude ocultar el temor en mi voz. Era cierto que estaba muerta de miedo. Que no me fiaba de esos hombres, no después de haber sido golpeada por uno de ellos.

La mano libre de Daylan se colocó en mi mejilla y busqué su mirada. Cosa inútil porque no veía nada.

—Mientras estés conmigo nada malo te pasará. Yo voy a protegerte —su voz firme me daba cierto sosiego aunque la incertidumbre no se iba del todo.

Continuamos caminando por lo que me parecieron horas hasta que por fin nos detuvimos en  otro respiradero que recibí con alegría pues mis pulmones podían reconocer el aire fresco proveniente del exterior. Uno de los hombres trepó con dificultad una escalinata metálica demasiado vieja. Crujía cada que colocaba sus pies en ella. Pequeñas piedras sueltas de la pared se desprendían aumentando mi ansiedad. Pero arriesgar la vida subiendo por ahí sonaba mejor que permanecer más tiempo entre el hedor y la oscuridad.

Ich teling veri Mich naoe Sato —al decir aquello me arrebató del agarre de Daylan arrojandome a la pared que debía trepar.

Daylan molesto lo tomó del cuello y lo estampó en la pared más próxima.

—Ella es una mujer, y solo por eso debes aprender a respetarla ¡maldito hijo de puta! —ambos hombres forcejearon—. Tocala de nuevo y te mato. Me va a importar una mierda las alianzas.

El hombre con el que estaba Daylan me miró una fracción de segundo y me regaló la más siniestra de las sonrisas. Un escalofrío me abrazo de inmediato obligandome a poner mis manos en mi boca tratando de no obviar el terror que provocó.

Hermosa Destrucción©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora