Capítulo VII

75 2 1
                                    

Todo se encontraba en completa oscuridad. El silencio que reinaba me resultaba atemorizante. Es de esos silencios que anteceden a la tragedia.

Mi piel estaba completamente erizada. Y un frío se colaba por mi cuello obligandome a rodear mi cuerpo con mis manos.

Daylan parecía un gato. Sigiloso y al mismo tiempo alerta. Yo miraba de vez en cuando el arma que llevaba en su mano ya que me resultaba atemorizante.  Para ser sincera jamás había visto un arma de ese tamaño. Los guardias de mi papá llevaban sus armas escondidas. Tenían prohibido mostrarlas en presencia de mi madre o de mi. Mis hermanas por los rangos que tenían dentro del gobierno ya se habían acostumbrado muy por el contrario yo nunca tuve contacto alguno con un arma de fuego.

Hasta ahora.

—Debes estar alerta —la voz lejana de Daylan me sacó de mi mente.

—¿Qué está sucediendo? —el terror y la incertidumbre me estaban carcomiendo.

—Alguien dio nuestra ubicación —habló entre dientes el chico frente a mi. Estaba tenso y muy enojado. Las pequeñas líneas en su entrecejo me lo indicaban. La manera en que su cuerpo se erguía y se volvía más alto. El poder con el que sostenía el arma y sus ojos gélidos— alguien muy cercano nos traicionó— murmuró.

—¿Cómo es posible? —se que sonaba ingenua. Se que no tenia ni idea de lo que estaba sucediendo. Pero debía preguntar.

La sonrisa de medio lado que me brindo me hizo saber lo divertido que le resultaba mi cuestionamiento. Y sabía que una vez más me estaba poniendo en evidencia con él. Que si no era cuidadosa me terminaría exponiendo ante él. Y esa era una mala idea en todos los sentidos.

—Me resulta interesante que no sepas nada de lo que sucede. Llevamos un par de años luchando por la libertad de este país. Hombres y mujeres por igual han dado su vida porque este movimiento siga y no apague —Daylan sonaba tremulo y pensativo.

—Ya te lo he explicado antes. No soy de por aquí

—Eso es más que evidente —contestó el chico.

Ya no quise decir más. Me estaba sintiendo incomoda y el frío estaba calando mi piel ya que solo llevaba una  enorme sudadera encima.

Fuimos avanzando un par de cuadras más hasta que lo que ví me obligó a detenerme inmediatamente.

Los edificios estaba en llamas. Todos y cada uno de los pisos sacaban enormes llamaradas rojizas que colisionaban y demolían todo a su paso. Las cenizas eran arrastradas por el aire y se metían en mi sistema respiratorio ocacionandome una tos constante.

Daylan lo notó y fue ahí donde por primera vez me dió un pañuelo negro con un estampado de una luna roja en un costado.

—Ponlo en tu rostro. Ayudará a que no aspires las cenizas —fue lo único que me dijo.

Pero para mí marco un antes y un después en mi vida. Ese pañuelo y la situación por la que me lo puse serían pieza clave.

Amarré las puntas detrás de mi cabeza asegurándome de cubrir bien mi nariz y boca. El pañuelo olía a jabón y a perfume masculino. Y ese aroma no me fue desagradable. Por el contrario lo agradecí ya que la humadera emitía un olor picante que se quedaba en la garganta.

El terror fue creciendo en mi a medida que avanzamos ya que nada se había salvado del fuego.

—No sabían exactamente cuál era nuestra guardia y han acabado con todo —Daylan tenía los nudillos blancos y los ojos agrandados debido a la ira que sentía. Este hombre tenía una peculiaridad que era emanar en todo su cuerpo lo que estaba sintiendo.

Hermosa Destrucción©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora