Delicate | Jude Bellingham

38 ━ cambios

ೃEmma

Me quedé paralizada mientras escuchaba las palabras de Jude resonar en el pasillo. La ira y la preocupación se entrelazaban en mi interior, haciendo que mi corazón latiera con fuerza en mi pecho.

—¿Acaso crees que no sé qué fuiste tú quien le anduvo diciendo mentiras a Emma, sobre mí? —acusó el británico claramente molesto—. Será mejor que te largues si no quieres que tengamos esa discusión ahora. Que en estos momentos te odio más que a su ex.

Cuando le dijo eso a Pablo, sentí un repentino impulso de hacerme notar.

—Jude —traté de llamarlo con todas mis fuerzas, pero solo pude emitir un susurro.

Sin embargo, fue suficiente para llamar su atención, quien levantó la vista y se encontró con mi mirada.

—Tal vez deberías irte si estás tan alterado —sugirió Pablo al británico, con un tono que dejaba en claro que preferiría evitar cualquier confrontación. —Yo me quedaré con Emma.

Jude rodó los ojos ante el comentario y dirigió su mirada hacia mí.

—Deben estar pasando un buen rato si ella usando mi sudadera — dijo con un toque de sarcasmo, señalando la prenda que llevaba puesta.

—Por favor, Pablo, vete — le dije al pelinegro

Me miró por un momento, como si estuviera evaluando mi decisión, y luego asintió lentamente.

—Está bien —dijo con calma—. Estaré cerca. Si necesitas algo, no dudes en llamarme.

Apenas asentí en respuesta, incapaz de articular palabras en ese momento. Lo observé en silencio mientras se alejaba, sintiendo un ligero alivio.

Cuando me quedé sola de nuevo, me planté frente a Jude, sintiendo toda la tensión que había entre nosotros.

Quedé atrapada en su mirada, como hipnotizada. Estaba tan guapo como siempre, con sus vaqueros negros y una sudadera azul que hacía resaltar su cuerpo. Una chaqueta negra colgaba de sus hombros.

Aunque tenía unas ganas enormes de correr hacia él, abrazarlo y soltarle todo lo que había estado guardando en mi corazón, me obligué a mantener la calma. Me limité a darme la vuelta, intentando controlar las emociones que me revolvían por dentro.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, dirigiéndome hacia el sofá y evitando encontrarme con su mirada. No quería que supiera lo mucho que lo había echado de menos, lo fuerte que me afectaba su presencia.

Jude se acercó despacio, con su mirada clavada en mí.

—Parece que vine a interrumpir tu cita con Pablo —dijo con un tono de sarcasmo. —Al parecer, olvidaste lo que hizo.

Me giré lentamente para mirarlo, el sofá era lo único que nos separaba en ese momento.

—No olvidé —dije, sintiendo mi mandíbula tensa con la frustración acumulada—. No olvido cuando la gente me miente. Y tampoco olvido lo que hiciste tú. Lo de Pablo no se compara.

—Que no te engañe ¡Jamás lo haría! —exclamó con desesperación, como si sus palabras cayeran en oídos sordos.

—No te creo —dije con voz temblorosa—. No creo nada de lo que sale de tu boca.

—Deberías creerme —respondió con un susurro—. Acabo de cruzar literalmente el océano para hacerte entender que no te engañé.

Apreté los puños, sintiendo una oleada de emociones abrumadoras dentro de mí.