XIV. LA PEQUEÑA GOTA QUE ME ATRAVIESA EL ALMA

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Él nunca lo supo,

pero mientras veíamos la lluvia caer,

en ese silencio que compartimos

en unas escalas que ya no existen,

-así como nosotros-

finalmente, lo entendí,

el amor creció en mí.

El cielo estaba roto,

mi corazón sonreía.

No se lo dije,

Pero mi alma comprendió,

en esa lluvia, en su caer constante,

el amor nació.

Sus ojos, azules como el mar,

tan azules, como el cielo en la tempestad,

misteriosos como el océano profundo,

reflejaban sueños en cada segundo.

Su sonrisa, un amanecer,

Iluminaba toda mi vida.

Como ver el sol nacer tras la oscuridad,

un cálido despertar.

Él nunca lo supo,

pero fue ese día, en los instantes que me entrego,

su mirar y su risa,

donde mi corazón

infinito y etéreo, como el cielo y el mar.

Le entregue a Addie con mi corazón latente,

yo le leía y él era un testigo mudo en ese instante.

Le entregue a Addie y él se quedó, como ella,

en un recuerdo eterno, en el tiempo suspendido.

Él nunca lo supo, pero yo lo viví,

bajo la lluvia, bajo ese cielo

que nos contemplaba,

mientras todo lo demás desaparecía.

Así, la lluvia testigo de este efímero amor,

un último beso, un hilo que se rompe,

un último encuentro, una despedida inmensa.

Él es una melodía que el viento se llevó,

Yo, tras el parabrisas en un oscuro taxi,

le dije adiós sin saber que realmente lo seria. 

Entre Café y lagrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora