Epílogo.

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Invierno de nuevo.

La nieve caía tranquilamente y de manera silenciosa. Hacía un frío terrible, sus manos se agitaban, temblaban y su nariz estaba roja. Aún con las capas de abrigo y su enorme bufanda, no podía recobrar el calor. Se agachó con un poco de esfuerzo, mordiendo sus labios y leyó el nombre debajo de toda la nieve que estaba marcado en la lápida.

Aún era difícil de superarlo. Quiso seguir adelante y lo logró. Después de dos años dieron de alta su condición y la dejaron salir del hospital psiquiátrico. Las pesadillas se fueron esfumando con el tiempo y ahora podía decir, que si no fuera por las fotos, de seguro habría olvidado su rostro. Pero lo cierto es.. que ya no recordaba como se escuchaba su voz. No recuerda su tacto, tampoco, su risa. Aunque no era común escucharlo reírse. Poco a poco  ciertas partes de él se iban perdiendo en lo más profundo de su cerebro.

Encendió un cigarro y se lo llevó a la boca, necesitaba sentir calor en alguna parte o moriría congelada.

No tenía realmente nada que decir. Aún creía que era lamentable que un hombre tan apuesto e inteligente perdiera todo de ese modo. Algunas veces pensó que había sido su culpa por intentar encontrar respuestas. Si no hubiera cedido al deseo y posteriormente, al amor, entonces.. seguro él seguiría con vida y hubieran hecho las cosas bien.

Exhaló todo el humo, no podía dejar de leer su nombre una y otra vez.

De alguna forma pagó lo que hizo, estar en un psiquiátrico es una pesadilla en la vida real de la que no se puede escapar una vez pones la firma en el contrato. Tenía compañeras con condiciones o enfermedades peores, gritos por las noches, gente entrando a su habitación sin pedir permiso, peleas en el almuerzo y otro sin fin de cosas que ya no eran nada después de ver a personas morir tan seguido.

Recogió sus piernas y se abrazó a ellas. Ya no quería llorar. Era capaz de reconocer que no merecía otro final después de todo lo que pasó. La mente de Sesshomaru, como la de cualquier otro asesino era difícil de entender. Si tanto estaba enamorado de ella pudo acercarse como una persona normal e intentar enamorarla. No era necesario matar o agredir a tantas para llegar a ella. Tampoco valía la pena.

Muy tarde para pensarlo, considerando que se estaba pudriendo bajo ese montón de tierra y nieve.

—¿Te consideras una mala persona?

Sus dedos se movieron con ansiedad sobre el cuero del sillón. Vió a todos los lugares, estudiando la oficina de su psicóloga. No sabía como responder a esa pregunta. El conflicto moral en su interior nunca se calmó.

—No lo sé.

—Si.. te preguntara: ¿te arrepientes? ¿Qué podrías decirme?

Sus labios se apretaron. Frunció levemente el ceño y aclaró su garganta antes de responder.

—Me arrepiento de lo que hice, más no de conocerlo.

—Por supuesto. Lo que hiciste no te hace una mala persona. Pero me es curioso como.. aún recuerdas con cariño a alguien que si lo fue —La mujer apoyó su mejilla sobre su mano, pensativa—. Aún te cuesta creer que estabas en un momento vulnerable y él se aprovechó de eso. Actuaste bajo los efectos del miedo. Pensaste en lo que podría pasarte si él se enteraba.

—He repetido mil veces que nunca hizo nada para lastimarme. Todo lo hice a conciencia.

Mhm, me parece que mencionaste que en tus primeros días de pasantía apretó tu brazo con fuerza, aún cuando no se conocían. O al menos tu no.

—Yo..

—¿Lo ves? —Se inclinó—. De no ser porque él decía amarte, probablemente hubieras terminado igual que las demás. El asesinato que cometiste contra tu colega, sólo fue un impulso y una solución rápida que encontraste al ser lo único que conocías en ese instante. Y era exactamente lo que él quería de ti. Quería que entendieras sus sentimientos, aún si eran oscuros. Quería que fueras igual a él y de esa forma podrían ser perfectos juntos. Pero realmente, no deseabas eso. Estabas lastimada, con el autoestima sensible y accediste a sus condiciones sin que él te lo pidiera.

Su frente dolía de tanto tener el ceño fruncido, sabía que la especialista tenía razón, pero era difícil aceptarlo. Cometió demasiados errores por nada más que ser una estúpida. Estaba encantada con la forma tan retorcida en la que él podía amarla. Sentía que era real y con tal de mantenerlo hizo oídos sordos y no ver lo que era realmente. 

Pudo reconocer la realidad, cuando sintió que su vida se terminaba.

El viento sopló, enfriando más su cara y sus manos que a pesar de estar bajo esos guantes se filtraba un poco en los espacios abiertos. No trajo flores, ni una carta, ni nada que pudiera decorar esa triste piedra que mantenía el nombre de alguien que alguna vez fue. No tenía nada que agradecerle, pero tampoco lo culpaba. Sólo sentía impotencia por no poder hablar directamente. Por no poder ver su rostro de nuevo.

Su apellido desapareció. Se disolvió. Su nombre, su cara, su importancia. Ahora no era recordado más que como un asesino, un loco, un psicópata. Alguien tan inteligente, tan poderoso. Tan atractivo.

Admitía que sobrepensarlo la llevó a extrañarlo. No era fácil desligarse de ese recuerdo. Pero era normal. Había sido una gran marca en su memoria.

Se levantó al no aguantar más el frío y tiró el cigarro cerca de la lápida antes de irse. Sería la última vez que lo visitaría.
Volvió a casa con un paso lento, con la mente entristecida y los brazos buscando calor. Tenía un niño pequeño esperando en casa. Un niño que no tenía la culpa de absolutamente nada de lo que había pasado. Verlo en algún momento fue un martirio, pero aprendió a reconocer la individualidad que él tenía. No era su ex-prometido, no era Sesshomaru Taisho. Era Kawaru Higurashi. Algún día sabrá quién fue su padre o tal vez no.

Ciertamente le daba miedo involucrarlo con ese apellido que parecía estar maldito.

Abrió la puerta de la casa y sacudió su ropa antes de entrar. La calefacción alivio sus facciones y sus manos friolentas. Escuchó el televisor encendido y voces emocionadas.

—¡Mamá! —Aún con pasos torpes, el infante apareció con una sonrisa y sosteniendo un juguete en sus pequeñas y gorditas manos.

—Volviste rápido —Su amiga miró enternecida al pequeño que se abrazó a la pierda de la azabache.

—No tenía mucho que hacer allí, sólo despedirme —Se encogió de hombros y luego se agachó para alzar a su hijo.

Era difícil pero no imposible. Su forma de ver la vida se había vuelto realista y no era capaz de romantizarla de nuevo, pero al menos eso aumentaba su habilidad para percibir las cosas. Podría ser feliz estando consciente de que no todo sería color de rosa siempre.

Y es que no era sólo por ella. La gente que la rodeaba había sido afectada también por sus malas decisiones.

Quería retomar su trabajo, quería darle una buena vida a su familia. Quería estar tranquila.

Y lo estaría.

Pagó por todo y deseaba profundamente que todas las personas que murieron pudieran perdonarla. Se equivocó una vez, no volvería a pasar y se permitiría escuchar a las personas.

Olvidar una herida que dejó una cicatriz tan grande, era prácticamente imposible. Y estaba bien. No necesitaba olvidarlo. Pero si aprender de ello y atesorarlo de esa forma.

Sesshomaru Taisho fue un demonio haciéndose pasar por ángel. Cubrió sus ojos, susurró al oído miles de cosas hermosas. Era el hombre perfecto a los ojos de cualquiera.

Pero estaba desquiciado.

Y su futuro terminó siendo igual. No merecía menos. Aún cuando en su momento dolió demasiado por aferrarse a un sentimiento que no era real.

Ahora podía verlo. Podía entenderlo.

Y podía dormir tranquila.



Taisho | SesshomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora