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El aroma era delicioso y se expandía por todo el local. Las habladurías de los clientes resonaban calmosos y el ambiente íntimo de la noche dejaba en claro el éxito de una nueva jornada de trabajo.

Unos ojos enormes miraban por la ventanilla de la puerta trasera. Apuntaba notas en su cuaderno de vez en cuando y olisqueaba impresionado los tantos aromas revueltos ahí dentro.

—¿Sigues aquí, chico?

El menor se giró, encontrándose con la mirada de su padre. Le sonrió con los labios aplanados y cerró la libreta, teniendo cuidado de no arruinar la hoja en la que estaba escribiendo.

—Mi madre me lo pidió.

—Claro —le acarició la coronilla—. Recoge tus cosas, ya casi terminamos.

El menor asintió y vio a su padre perdiéndose por la puerta de la cocina. Suspiró resignado y se dirigió hacia su mochila, quedándose conmocionado cuando distinguió los volantes sobrepuestos encima.

"Escuela nacional de gastronomía".

Esbozó una sonrisa y guardó sus cosas, dejando afuera los papeles publicitarios que le habían dejado. Ingresó la restaurante, rodeando la cocina y se sentó en una de las mesas disponibles sin dejar de mirar las hojas en sus manos.

Escuchaba las gustosas expresiones de los clientes que comían y no podía no sentirse orgulloso cuando mandaban a felicitar a su padre por el excelente servicio. Todo mundo desparramaba buen humor y aquello era suficiente para mantener alimentado a su ansiado sueño de convertirse en un importante chef, como lo era su padre.

Pronto un platillo con carne jugosa y condimentos se colocó en su mesa. Alzó la mirada y le sonrió al chico que lo había dejado. Dejó los volantes de lado y dio un mordisco, saboreando el glorioso sabor.

—Exquisito —expresó.

—El chef me permitió terminarlo —indicó el otro, orgulloso.

Vio las hojas y tomó una de ellas, mirándola mientras el menor continuaba degustando de su plato. Releyó la información un par de veces y bajó el papel sobre la mesa, mirando al chico con seriedad.

—¿Qué?

—Debes asistir —señaló—. Es una buena oportunidad.

—Lo sé, Do-hwan —suspiró—. Pero no puedo hacerlo, mi madre está enferma y mi padre está ocupado con su restaurante, dejarlos para estudiar sería un acto de crueldad.

—¿¡De qué carajos hablas!?

La voz del chico fue demasiado alta para el gusto de los presentes que se callaron y le miraron con las cejas alzadas. Al darse cuenta de ello, se levantó de la silla y reverenció a noventa grados, pidiendo disculpas y alentando a todo mundo a continuar su cena.

—Estúpido.

—¡Yah! —renegó—. Es tu culpa, ¿cómo carajos piensas negarte a tal oportunidad.

—Ya te lo he dicho —señaló—. Mis padres...

—Con todo respeto —interrumpió—. Estamos hablando de tus sueños, Lee Minho... Tu mamá se está recuperando de una lesión y tu padre no es estúpido como para mantener este sitio por su propia cuenta, así que deja de decir idioteces y prepárate para tener una buena charla con tu padre sobre esto.

Minho suspiró, asintiendo resignado. El otro se despidió con un par de palmadas en la cabeza y volvió de nuevo a la cocina, dejándolo en compañía de su soledad.

Poco a poco, la gente comenzaba a marcharse. El ruido se calmó paulatinamente hasta que todo el sitio se vació y sólo quedaron los empleados. El chico se mantuvo sentado con la mirada en una migaja que había caído a la orilla de su mesa. Se había tomado muy en serio pensar en las palabras correctas para mencionar a su padre y se quedó perdido en sus pensamientos cuando ninguna idea aterrizó.

—Los clientes pensaron que eras un animatrónico —se burló—. ¿Estás bien?

—¿Ah? Yo... Sí, sí, lo estoy.

—Vamos a casa, amigo.

Minho asintió. Se colgó la mochila y tomó sus volantes, luego caminó junto al mayor despidiéndose de los pocos que se quedaron en el local. Ingresaron al auto de manera silenciosa e iniciaron el viaje de la misma manera. No obstante, el sentimiento desprendido en el ambiente se sintió un poco denso debido al menor de los dos, que no había dejado de morderse el interior de los labios, visiblemente preocupado por sus propios pensamientos.

—Minho.

—Mande.

—Deja de torturarte, fui yo quien dejó los volantes en tu mochila —confesó.

Los ojos brillantes se abrieron más. Giró la cabeza hacia su padre y alzó las cejas hasta el cielo, sin poder reaccionar correctamente a lo recién dicho. El mayor, por el otro lado, sólo sonrió burlón, aprovechando el alto del semáforo para disfrutar de mejor manera la conmoción de su hijo.

—Sé lo mucho que sueñas con ser mi competencia, pero estaría más asustado si aprendes desde una escuela formal y no desde la puerta trasera de mi restaurante.

—Papá...

—Tu mamá estuvo de acuerdo, si eso te preocupa... Las inscripciones comenzarán mañana, así que no te olvides de hacerlo.

—Gracias papá —sonrió, mostrándole los dientes—. De verdad, gracias.

—No me agradezcas —detuvo el auto—. Aún eres joven y necesitas empujones —declaró.

Minho asintió sonriente, con el corazón vuelto loco. Vio a su padre bajar del auto y tomar sus cosas y él lo siguió, sintiéndose mucho más determinado que antes.

Verse en aquel futuro soñado donde recibía un reconocimiento formal y un certificado de su desempeño lo hizo emocionarse todavía más y, al menos en ese momento, ya no se vio capaz de esperar para que se llegara el día siguiente y poder tomar la mejor decisión de su vida.

We Are Young [Knowmin/ 2min]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora