Sus suaves dedos salen de mi interior obligándome a dar un último gemido muy despacio para no ser escuchada, mientras me besa apasionadamente. Fantaseo con su dulce sabor, él es tan varonil, sensible y guapo.
Sebastián es el chico con el que me mi madre al fin cedió comprometerme, este pueblo no es muy grande, todos nos conocemos y no es que como si pueda aspirar a tener muchos candidatos. Entre todos este definitivamente es mi favorito y la mejor opción.
Sebastián no solo es guapo e inteligente sino que ya tiene su propia choza que encima un poco lejos del pueblo también es uno de los que más gana no solo en todo el pueblo sino en los cinco más próximos, siendo diez monedas a la semana.
La conozco desde que nuestra amistad pasó de «hola, ¿cómo estás?» a «sí, papi, más duro».
Normalmente esto no está permitido sin haberte casado, es un pecado que se paga siendo la mujer al empalamiento y al hombre dejándolo vivo pero eunuco, aunque como soy suya, aún no por la iglesia, pero suya en fin, hacemos esto desde hace ya casi un año a escondidas. Además somos demasiados discretos por que sabemos lo que hacemos.
—Te voy a extrañar— Murmura mordiendo mi labio inferior.
—Solo será hasta que mi abuela se mejore— Aseguro melosamente tras dejarle un corto beso en los labios.
—¿Te digo algo?— Se desabrocha sus pantalones, pero arregla sus tirantes, mientras yo bajo el largo vestido que me llega hasta los talones. —He pensado que yo, podría ir contigo, sería como— vuelve a morder mi labio inferior. —nuestra luna de miel.
—No seas tonto— Lo acuso. —¿Enserio crees que no notarían tu ausencia? ¿Qué dirán la gente?
Este cae entre el montón paja decepcionado y me jala hasta donde él después de un largo rato.
—Déjame saborearte una vez más, al menos— Suplica haciendo un puchero.
No puedo evitar sonreír. Sebastián es un chico de pelo castaño y ojos cafés, muy guapo, con indicios de que le saldrá unos nuevos vellos de barba.
—Okey, pero que sea rápido, ya tengo que irme.
Levante la larga falda de mi vestido azul como el cielo y le dejo una amplia vista a mi hombre de lo que ya ha visto, pero que no se cansa de ver y disfrutar.
Mi respiración se agita un poco cuando el corpulento cuerpo de Sebastián baja y se pierde hacia abajo en donde su boca se apodera de mi vagina.
Lo lame, lo disfruta y penetra con su dedo consecutivamente, mientras yo dejo caer mi cuerpo en la paja y el dorado de mi pelo se riega allá.
Masajeo mis pechos, mientras mis gemidos saboreando su afecto hace que mis vellos se ericen, lo hace tan suave, disfruta y en efecto sabe lo que hace, me enloquece su tacto y solo doy a demostrar por cómo me mojo cuando apenas si me toca y por cómo gimo.
Busco su pelo y solo suplico por más, su legua lame y juega con mi clitoris, lo frota con el de manera que con mi mano en su cabello sabe que me gusta y continúa en lo suyo.
Después de un rato justo en el momento en que mi piel empieza a sentir una especia de electricidad que recorre todo mi cuerpo, siento que exploto después del maravillo orgasmo que llega por tercera de todas las veces que lo he repetido con él en toda la mañana.
Sebastián cae encima de mi, pues con su mano se había estado frotando su bien dotado pene y había logrado venirse junto conmigo de una manera placentera para ambos.
Besa mi cuello y yo sonrío. Está cansado, pero no se cansa de venerarme, besarme de siempre estar conmigo.
—No sabes cuanto te amo— Murmura.
—Yo también, mi amor— Correspondo.
Nos damos un último beso y luego nos levantamos. Me arreglo el vestido y quito toda la paja de mi cabeza y cuerpo con ayuda de Sebastián.
—Nos vemos en la saludo— Lo beso y me voy, mientras esté asiente.
Me encamino entre el pueblo, todo sigue su curso, con normalidad, la mayoría preparándose para el crudo invierno de tres meses, se estima que esta noche ya no se podrá salir casi que a ninguna parte.
Llego a casa y como lo supuse ya mamá está arreglando mi cesta, colocando toda la medicina para la abuela que está enferma, normalmente la traeríamos aquí, pero ella enfermó casi que de repente, traerla no solo sería costoso sino también un viaje más lento por su salud y la gélida temporada la mataría más rápido.
—¿Dónde está papá?— Inquiero.
—En la herrería— Comenta, mamá. —Allá con tu abuela, tendrás mucho alimentos para estar con ella, tu padre lleno su despensa— Dijo entregándome la cesta.
—Que suerte qué hay libros para entretenerme allá— Comento y mamá sonríe.
—Si al menos...
—Ay, ya, mamá, además no estarás sola. Estarás con papá— La abrazo.
—Si, ajá, tienes razón— Se limpia con un trapo que encontró.
Tomo mi enorme capucha roja que mi abuela coció y recoció cada vez que crecía hasta que llegue a esta altura y como tengo ropa allá, porque suelo dejar, junto a mamá que me encamina hasta la salida del pueblo me despido.
—Cuídate mi vida— Se despida. Se siente algo triste ya que no estaba muy feliz de que me quedara allá.
Me dirijo al bosque cuando...
—¡Espera!— Una voz me hace detener mi paso.
Es Sebastián.
Me abraza fuertemente y yo correspondo.
—Tres meses.
—Tres meses y seré completamente tuya, mi amor— Beso su mejilla.
Me aparto y el asiente.
Estamos tan ansiosos de que al fin podremos hacerlo en nuestra choza, seremos felices y tendremos muchos hijos. Viviremos al máximo, con el lo tengo todo: buena estabilidad, sano amor y un excelente sexo. No me falta nada, no puedo pedir más.
Me despido con la mano nuevamente, noto que por detrás corría mi padre a despedirse de mi por última vez.