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𝐸l agrio líquido rasgó mi garganta como el whisky de fuego cuando subió desenfrenadamente por ella.
—Eso, déjalo salir —Pansy siseó dulcemente mientras sostenía mi cabello en una coleta improvisada. La cerámica helada del inodoro me quemaba las manos.
—Encantadora señorita —canturreó Mattheo desde el marco de la puerta—, ¿demasiado vodka?
Me pasé la palma de la mano por los labios mojados y me erguí para verlo mejor. Una pequeña cabra asomó desde el hueco entre las piernas del castaño. A su derecha, Enzo Berkshire permanecía dormido en la bañera con una corbata verde atada a la cabeza. Su cabello castaño, normalmente peinado con cuidado, se encontraba ahora revuelto y alborotado.
—¿Otra vez con ese bicho? —dijo Pansy—. Devuélvelo a su forma original antes de encariñarte demasiado. —"Ese bicho" Es una cabra y tiene nombre —contestó él, cruzando los brazos—. Alfredo Lepera. —¿Alfredo Lepera? —empecé a hacer buches con agua—. Qué nombre horrible.
—Era ese, Arnulfo o Walter —farfulló Enzo, entre intentos perezosos de despegar los ojos—. Filemón, Hidelgardo, Gertrudis... —Periclo—agregó Mattheo. Acarició a la cabra y esta emitió un ≪Bee≫—Parece que Periclo le gusta. —¿Gertrudis no es el nombre del gato de Theodore? —preguntó Pansy, acercándose a la puerta con una mueca. —No, no. Su gato se llama Gaudencio.
—Tendré que avisarles a sus futuras esposas que no los dejen escoger el nombre de sus hijos. —dije al terminar de lavarme los dientes.
—Muero de hambre —Enzo gimió, dejando colgar la cabeza del costado de la bañera. —¿Qué haces en mi baño? —le pregunté extrañada. —Eh... —miró a sus alrededores desentendido, luego se encogió de hombros— No sé.
El sol todavía no había salido lo suficiente como para iluminar los pasillos de las mazmorras, y alguien había olvidado apagar las luces de colores y la maquina de humo. Nuestra sala común estaba hecha un desastre: alumnos de Hufflepuff y Ravenclaw la habían invadido en medio de la fiesta con suministros inagotables de alcohol y marihuana. El Gran Comedor iba a estar casi vacío esa mañana, era sabido que las fiestas en Slytherin eran las mejores, aunque los de Gryffindor nunca iban a aceptarlo.
